En La Comisaría.


by S-Punk <Yage_tribe@hotmail.com>

Cristian salió esa calurosa tarde más fastidiado que nunca del colegio.

El muchacho detestaba la escuela, pero cuando llegaba el verano, el calor y la ansiedad de alcanzar las vacaciones se la hacían más insoportable.

Era un buen chico. Un poco vago y de aspecto algo desaliñado, pero muy inteligente. Con la rebeldía clásica que se tiene a los dieciséis años, había logrado algunas sanciones a su conducta, qué él no dudaba en calificar de injustas.

Ese día, ni sus ojos verdes ni su ondulado cabello rubio pudo con la celadora, quien le sumó 5 amonestaciones más a las 10 que ya tenía acumuladas, por alboroto general en el salón de clases durante una hora libre. Absolutamente enojado ante "tremenda injusticia" y ante la necedad de la celadora (que no había cedido pese a los ruegos de Cristian), emprendió el camino a su casa.

Por su aturdida cabeza pasaban miles de pensamientos a la vez. La mayoría de odio, rezongos, e insultos varios.

"Tranquilidad... ya faltan pocas semanas para vacaciones..."- se aconsejaba también el adolescente. Pero lo que más le preocupaba era cómo iba a reaccionar su padre cuando leyera la mala nueva en el cuaderno de comunicaciones.

Intentando olvidar por algunos minutos tanto fastidio, se dirigió a un quiosco para comprar una lata de gaseosa, y de paso aliviar un poco el tremendo calor. A medida que se acercaba al negocio buscó en el bolsillo del pantalón su billetera para ir teniendo a mano la moneda para pagar, cuando descubrió que solo tenía lo suficiente para la ficha de subte que lo llevaría de vuelta a su hogar. La mente del muchacho se nubló y por un instante vio todo rojo.

–"¡Lo único que me faltaba!"- protestó.

Aunque esto no impidió que detuviera su marcha hacia el local, que ya se encontraba a unos pocos pasos de él. Al llegar a la heladera que contenía las bebidas, tuvo un impulso irrefrenable. Miró para todos lados, tomó aire, y cuando estuvo convencido de que nadie lo veía, abrió la puerta del aparato, sacó una lata y se echó a correr con toda la fuerza que su atlético cuerpo le proporcionaba. La operación duró un segundo.

Tras correr varias cuadras, y cuando consideró que ya estaba a salvo, entró a una estación para tomar el subte, disfrutar de su Coca-Cola y viajar hacia su casa. Compró el cospel en la boletería. Entró al andén, y abrió la lata disfrutando del sonido efervescente como si se tratara de un trofeo. Comenzó a beber mientras se secaba la abundante transpiración que cubría su rostro. En pleno gozo, su sangre se heló al escuchar una gruesa voz que indudablemente se dirigía a él:

"¡Espero que tengas el dinero suficiente para pagarla!".

Se dio vuelta, estupefacto, y vio a un oficial de policía tras los molinetes de ingreso al andén. Era un hombre de unos cuarenta y cinco años, alto y de un físico contundente, que lo miraba enfadado mientras respiraba con dificultad. Era obvio que lo había corrido.

Pálido, Cristian miró para todos lados, como buscando un hada que lo salve. Pero lo único que encontró fue que la gente lo miraba como a un criminal. Su corazón empezó a galopar cuando se dio cuenta que el oficial se dirigía hacia él.

–"Ahora vas a ver lo que les pasa a los ratones que roban como vos"- le decía amenazante mientras caminaba sin demasiado apuro.

Cristian tragó saliva, pensaba empezar a pedir perdón cuando sintió a sus espaldas una brisa inconfundible: el tren había llegado.

En un segundo, y tomando un impulso que si lo hubiera pensado no le hubiese salido, entró al vagón al tiempo que las puertas se cerraban, quedando fuera del alcance del policía. Sin pensarlo demasiado y con una actitud que mezclaba imprudencia, rebeldía y triunfo, levantó el dedo mayor de su mano derecha propiciándole un tremendo "_f_u_c_k_ you" al hombre de uniforme, que lo miraba con odio desde el otro lado de la ventanilla.

Más relajado, buscó un asiento libre, se sentó y siguió disfrutando de su Coca. Había doce estaciones hasta la suya. Todavía tenía para un rato.

Luego de una media hora, el tren arribó a la estación final, donde Cristian debía bajar. Habiendo disminuido la adrenalina de su cuerpo, ya había casi olvidado la manera en que todo había acontecido.

Salió del vagón. Pasó los molinetes y subió la escalera mecánica. Al llegar a la vereda, su garganta se anudó al contemplar la peor visión que creyó haber visto en su vida. Un patrullero estaba parado a la salida del subte. Junto a él tres oficiales, más uno al volante dentro del vehículo. Creyó que su corazón se paralizaría al distinguir entre ellos al policía con el qué había tenido el encuentro minutos antes.

–"¿Cómo es posible...?"- pensó.

Y no pudo encontrar una respuesta, ya que las risas de los hombres que hacia él se aproximaban no lo dejaban razonar. Cuatro manos lo tomaron de sus hombros y lo movieron bruscamente hacia el móvil, mientras el policía que lo había corrido (Oficial Gutierrez, así decía su chapa) lo miraba victorioso mientras le decía:

"Je je, quedas arrestado por robo, e insubordinación, resistencia y agresión a la autoridad pública."- y casi susurrando – "de esta no te salva nadie pibe..."-.

Mientras viajaban en el auto él único que hablaba era el oficial Gutierrez, quien no dejaba de hostigarlo acerca de qué tan mal la pasan los chicos de su edad en un internado. De cómo se le ocurría escapar e insultar a la ley de esa manera. De que no sabía lo que le esperaba. Etc. Cristian tenía tanto miedo que apenas podía interpretar lo que escuchaba. Tenía que hacer una fuerza terrible para no ponerse a llorar.

"Perdón... no sabía lo que hacía. Prometo que pagaré por la gaseosa... pro favor no me metan preso."- fue lo único que pudo decir. Los hombres solo reían.

–"Decime pibe, ¿en qué idioma hablo yo? Estás hasta las manos, y ya es tarde para pedir perdón, ¿no te parece?"- añadió Gutierrez.

En seguida llegaron a la comisaría. Lo bajaron bruscamente y en un instante ya estaban los cuatro en una oscura sala con una mesa y dos sillas. Una gruesa puerta de metal cerraba el acceso al lugar. Cristian estaba sentado en una de las sillas, con sus manos esposadas por detrás. Los policías parecían disfrutar cuán vulnerable se veía el jovencito en su uniforme escolar esposado a una silla. Del otro lado de la mesa, estaba sentado Gutierrez.

–"¿Tenés idea de cuánto nos hiciste trabajar, pibe?"- le inquirió.

"Perdón... yo no quise...AAAAAAAAAGGGGGGGGHHHHHH"- fue interrumpido por un tremendo pisotón a cada uno de sus pies, por parte de los borceguíes usados por los otros dos policías que se encontraban a su lado.

"Dos cosas: de ahora en más vas a hablar solo cuando te lo permita, y ya te dije que es tarde para pedir perdón"- advirtió en tono amenazante.

Cristian había empezado a sollozar.

–"Si no hubieras hecho lo que hiciste en el subte, hubiera sido todo mucho más fácil. Pero ahora vas a aprender lo que les pasa a los que se creen muy listos con la policía".

Luego de esto, Gutiérrez hizo una seña con su cabeza y uno de los policía lo levantó tomándolo de su brazo derecho, mientras el otro hombre corría la mesa junto a Gutiérrez contra una de las paredes, por la cual pasaba una cañería.

–"Sobre la mesa"- ordenó el oficial a mando.

Invadido por el pánico, Cristian comenzó a gritar y a resistirse, forcejeando con el policía que lo sostenía.

–"¡NOOOOOOO, POR FAVORRRRRR, NOOOOOO... NO ME HAGAN NADA!"- rogaba el muchacho mientras luchaba con todas sus fuerzas.

De repente, dos manos sostuvieron sus piernas, y un dolor insoportable se expandió desde sus huevos cuando el garrote de Gutiérrez impactó sobre ellos.

–"AAAAAAAAAAIIIIIIIIIIIIIIGGGGGGGGHHHHHHH.." un agudo chillido explotó de su garganta.

Con esto lograron reducirlo e inclinarlo sobre la mesa apoyándolo sobre su pecho.

–"No lo hagas más difícil."- le advirtió Gutiérrez en un tono helado.

Cuando se dio cuenta, sus manos habían sido esposadas a la cañería al otro lado de la mesa, mientras sus pies apenas tocaban el piso.

Unas manos tomaron la hebilla de su cinturón, lo desabrocharon y lo sacaron totalmente. Luego desabrocharon el escolar pantalón gris, bajaron la cremallera, y se lo bajaron hasta los talones.

En seguida sintió un tremendo dolor sobre su culo, cubierto por el blanco slip. SLASH!! SLASH!! SLASH!! Uno tras otros caían los latigazos.

AaaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAhhhh!! – el dolor se expandía por todo su cuerpo y atacaba su mente.

SLASH!! SLASH!! SLASH!! Sobre el fino algodón y sobre los bordes, donde comenzaba la piel.

AAAAAAAAAAGHHHHHHHH!!!! – el ardor era increíble, no lo pudo controlar y se largó a llorar incontrolablemente.

Con el cinturón extendido, los golpes eran aplicados sin piedad a modo de latigazos sobre el dolorido cuerpo de Cristian, que se retorcía y revoleaba las piernas como queriendo escapar de la tortura. Pero era en vano.

"Uuuuuuuh, miren como llora el pobre bebé....¡Pero si hasta hace una hora era tan macho! ¿Qué pasó?"- y los tres rieron frente a los sollozos del chico.

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGHHHHHHH!!- Cristian creyó que se desgarraba al sentir ese azote aplicado con tanta fuerza que le hizo mover descontroladamente las piernas, pateando a uno de los hombres.

"Mmmmmmmh, parece que nuestro muchachito no se puede controlar. ¡Las piernas!" – gritó Gutierrez.

Sintió como le sacaban por completo su pantalón, luego su calzoncillo y le extendían las piernas a tal punto que creyó partirse al medio. Sus tobillos fueron asegurados con esposas a cada una de las patas de la mesa, dejándolo totalmente inmóvil en esa incomodísima y dolorosa posición. Con las piernas completamente abiertas y desnudo de la cintura para abajo, constituía un blanco fácil y vulnerable para la tortura que soportaba. Todas sus partes privadas estaban completamente expuestas.

"Por favor... basta..." – suplicó vanamente entre sollozos.

SASH!! La punta del cinturón alcanzó con toda su fuerza la parte interna de sus muslos, causándole un dolor como nunca pensó imaginar.

–AAAAARRGGGGGGGHH!! Gritó ahogándose en su propio llanto.

"Te dije que ibas a aprender a respetar la ley, maleducado de mierda!!" SASH!! SASH!! SASH!! Los azotes se sucedían alcanzando todas las áreas del lampiño culo de Cristian. Pero también sus muslos, piernas, cintura y alguna que otra vez sus huevos, pene y ano; lo que le producía un incontrolable espasmo, imposible de canalizar a causa de su inmovilidad.

Cuando los golpes alcanzaron el número cincuenta aproximadamente, el chico estaba hecho un sollozo incontrolable. Su cara cubierta de lágrimas, transpiración y moco. Allí pararon el castigo.

"Espero que con esto aprendas" – dijo Gutierrez – "Llévenlo a una celda hasta que se reponga".

En la solitaria celda, Cristian siguió llorando bajito por un largo rato. Al cabo de una hora y media, le trajeron lo que faltaba de su ropa. Le ordenaron vestirse y lo condujeron a una oficina donde estaba Gutierrez junto al Comisario de la seccional. Ambos le explicaron que podía irse, pero le mostraron una carpeta y lo invitaron a que la revise.

"Es un folio con los delitos que cometiste hoy. Solo falta la firma del fiscal para que la causa se abra oficialmente. Tenemos testigos para todos" – comentó el Comisario

– "Si crees que lo que pasó hoy fue castigo suficiente, puedes irte a tu casa tranquilo, para meditar sobre lo sucedido. Pero si decides contar lo que aquí ocurrió, tendrás que enfrentar la causa judicialmente con la posibilidad de que termines en un reformatorio para menores. Es tu opción."

Tras un largo silencio, el muchacho miró al Comisario:

"Está bien señor, gracias señor, no voy a decir nada. Pero por favor déjenme ir ya..."

"Así me gusta" – le dijo el Comisario sonriente mientras palmeaba su hombro – "Puedes irte".

Cristian se paró y fue acompañado hasta la salida de la Comisaría. Le dieron su mochila escolar y lo despidieron. A los pocos metros se dio vuelta temeroso, y vio cómo Gutierrez y los dos hombres que habían sido sus verdugos lo miraban partir con una sonrisa de oreja a oreja.

Confuso, caminando dificultosamente, con su trasero todavía dolorido, se fue alejando más y más del lugar. En su confusa mente, pensamientos de odio hacia los policías se mezclaban con excusas esbozadas para explicar a sus padres el por qué de la demora y las amonestaciones. Pensaba en cuánto deseaba las vacaciones, en cuán estúpida había sido su conducta y en cuánto odiaba a la escuela. Pero también pensaba que, al fin de cuentas, su celadora no era tan perversa como creía.


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