Estaba ya a punto de cerrar el taller cuando oi que alguien aporreaba la puerta. Si bien todavía quedaba algo de la luz del día, estaba ya apresurándome a encender los candiles. Había sido un largo día de trabajo en el taller, había tenido tres encargos, todos ellos de cierta envergadura. Un reloj nuevo de plata para el señor de Fontainebleau; el sirviente del marqués de Marsella me trajo el carrillón del comedor principal de su palacio que según me dijo emmudeció de golpe y finalmente el obispo requirió de mis servicios en la nunciatura. Un día ocupado como decía, pero nunca es demasiado tarde para atender a un cliente. Abriéndome paso entre los innumerables cacharros y herramientas que abarrotan el taller, me acerqué a la puerta. Al otro lado estaba un hombre que no reconocí. Por supuesto no era uno de mis clientes habituales ni tenía la apariencia de mis clientes. Su ropaje era vulgar y todo parecía indicar que sus recursos no eran suficientes como para pemitirse el lujo de poseer un reloj. De todas formas decidí dejarlo pasar. Su hablar era tosco y vulgar. Efectivamente lo que le traía a mi taller no eran asuntos de relojería o al menos no enteramente. Me dijo que era un campesino que vivía a las afueras de la ciudad y que como era natural, una o dos veces por semana vendía sus verduras en el mercado de la ciudad. En esos viajes su hijo solía acompañarlo y parece ser que éste había visto mi taller y los relojes aquí expuestos y se había encaprichado hasta tal punto del arte de la relojería que no hablaba de otra cosa y no sólo eso, el chico no quería continuar trabajando en el campo. Parece que su padre lo había azotado hasta dejarlo inconsciente, pero sin ningun éxito. El chico continuaba sin querer trabajar en el campo y sólo deseaba convertirse en relojero y estar rodeado de relojes.
"No estará usted sugiriéndome que tome a su hijo como aprendiz." Le pregunté en tono burlesco. El padre me confesó que sabía que eso era casi imposible. El arte de la relojería se pasa sólo de padres a hijos o en casos muy excepcionales, un relojero experto ha tomado un aprendiz que no fuera de su propia sangre pero tras el pago de grandes sumas de dinero.
"Le suplico por favor que me escuche por un momento." Insistió el padre. "Señor, como puede ver yo soy pobre y no puedo mantener a un hijo que no quiere trabajar. No se ya que hacer para que se olvide de los relojes. Le aseguro que mano dura no le ha faltado pero parece que los azotes no son ya suficientes. Le rogaría que considerara tomarlo en su taller, si no como aprendiz al menos le podría ayudar en otras tareas.
"Le ruego que no continue" le contesté. "No hay nada que yo pueda hacer. No voy a perder mi tiempo enseñando a un campesino. Por favor, tengo mucho trabajo todavía."
El padre se fue finalmente. Me parecía increible que realmente hubiera considerado posible que yo tomara a su hijo de aprendiz, que absurda idea. Por otra parte, no puedo negar que la idea de tomar a un aprendiz y enseñarle todo lo que se (o casi todo) no me hubiera pasado nunca por la cabeza. No quería que mi arte muriese a la vez que mi cuerpo y sin hijos, la única alternativa era tomar a un mozo, pero por supuesto no a un campesino. Eso era impensable y ni siquiera sería tolerado por el gremio.
Cuando al día siguiente iba de camino hacia el taller volví a ver al campesino. Vendía sus hortalizas en el puesto del mercado y a su lado estaba el hijo. Ahora recordaba haber visto al chico en varias ocasiones durante las últimas semanas husmeando por el taller y haber tenido que echarlo a patadas en más de una ocasión. No soporto a los entrometidos y curiosos y menos a los niños, parece que tienen una habilidad especial para romperlo todo. Por suerte el padre estaba ocupado vociferando sobre la calidad de sus productos y no me vió en la calle o si me vió decidió no llamarme la atención. No deseaba en absoluto volver al asunto de su hijo, de manera que apresuré mi marcha y llegué al taller en un momento. Alli me esperaba una delicada operación de limpieza. El reloj que necesitaba de mis cuidados tenía más de cinco años y nunca antes había sido reparado. Me llevaría horas de delicado trabajo y concentración máxima y no es que eso no me guste, de hecho durante esas tareas delicadas el tiempo parece detenerse para mi y puedo pasarme horas sin moverme de mi banco de trabajo. Ese día mi mente empezó rápidamente a divagar y a dar vueltas sobre el asunto del aprendiz y del hijo del campesino. De un lado me había irritado la pretensión del chaval de llegar a ejercer un oficio que no le correspondía, pero por otro lado, tengo que reconocerlo, el chico parecía listo y era muy guapo. Si bien su padre me dijo que no tenía más de dieciocho años, el trabajo en el campo y al airte libre le había dotado de un cuerpo musculoso y bien desarrollado. Miestras estaba trabajando con los pinceles y las pinzas, con la lente de aumento anclada en mi ojo, imaginaba que tan distinto sería trabajar en el taller con el chaval alrededor. Por supuesto que no le enseñaría los secretos de mi profesión, pero podría ayudarme con la limpieza del taller, le mandaría los trabajos menos delicados y los recados. Por suerte acabé con la limpieza de la maquinaria antes de que estas ideas se fijaran irreparablemente en mi mente. No podía per! mitirme tomar decisiones de este tipo basándome sólo en los sentimientos. Los días fueron pasando y gradualmente me olvidé del chaval y de sus pretensiones, hasta que un día por la tarde el asunto volvió a resurguir de nuevo, estrepitosamente. Yo estaba como siempre concentrado en la maquinaria enferma de uno de mis relojes cuando alguien entró subitamente en la tienda, corriendo y jadeando. Reconocí al hijo del campesino en seguida. Parecía asustado y no dejaba de mirar alternativamente hacia mi y hacia la puerta.
"Tu, mocoso, sal ahora mismo del taller si no quieres que te muela a palos y vigila no romper nada." Grité al chaval, que estaba tan nervioso que incluso temblaba.
"Por favor, señor, no me eche." Dijo con voz suave.
"Tu eres el hijo del campesino que vende verduras en el mercado, ¿verdad? El que quiere ser relojero." Dije soltando a la vez una carcajada. Me acerqué al chaval y le agarré por una oreja, retorciéndosela y obligándole a echar la cabeza para atras y flexionar sus rodillas. Ahora que podía verlo de cerca me di cuenta de que era realmente hermoso y sin duda la expresión de dolor en su cara no hacía otra cosa que aumentar su atractivo. En ese momento tomé una decisión, iba a permitir que el chaval trabajara para mi. Su cuerpo musculoso y potente no oponía ninguna resistencia a mi voluntady si hubiera querido, estoy seguro que podría haberle arrancado la oreja sin que el chaval intentara escapar. Le retorcí la oreja hasta que el dolor fue tan intenso que, por un acto reflejo, intentó agarrar mi brazo para detenerme.
"Pon esas manos en la espalda." Le ordené sin soltarle la oreja, él obedeció.
"Me dijo tu padre que tenías interés por los relojes, ¿es eso cierto?" A pesar del dolor, su cara enrojecida y sudorosa se iluminó al oir mis palabras. Yo continué retorciéndole la oreja sin que el chico hiciera otro intento para protegerse, mantenía las manos en la espalda como yo le había ordenado. Finalmente le solté y el chico rápidamente bajó la cabeza hacia el suelo.
"Señor, nada me gustaría más que poder trabajar aqui y aprender de usted."
"Ya debes imaginarte que, debido a tu posición, nunca podrás ser relojero. Si realmente te interesa tanto este oficio, a lo mejor podría aceptarte pero sólo para trabajar en tareas auxiliares, ya te lo advierto ahora."
La ilusión y el agradecimiento se reflejaron en su cara adolescente, en ese momento parecía el ser más feliz de la tierra. Pero la felicidad no le duró mucho tiempo, su padre irrumpió por la puerta y sin mediar palabra le atizó una bofetada que lo echó por los suelos. Su boca empezó a sangrar un poco. El padre lo agarró por los pelos y lo levantó, arrastrándolo hacia mi. La rapidez de los acontecimientos me impedió ni siquiera reaccionar.
"Discúlpate." Le ordenó su padre, mientras le zarandeaba la cabeza.
"Señor, siento haberle molestado." Dijo el chaval tartamudenado. Su cara ya no era ahora de felicidad sino de miedo y terror, pero seguía siendo de lo más atractiva.
"Señor, le aseguro que mi hijo no volverá a molestarle, cuando lleguemos a casa voy a encargarme de que no olvide esta noche para el resto de su vida." Y continuó arrastrándolo por el pelo hacia la puerta.
"¡Un momento!." Interrumpí yo cuando ya estaban saliendo. "Si bien ya le dije que no puedo aceptar a su hijo como aprendiz, a lo mejor podría ayudarme en el taller. Eso si, mis condiciones serán muy estrictas." El padre soltó al chaval a la vez que lo lanzaba contra el suelo. El chico chocó estrepitosamente contra una pared y se quedo en el suelo apoyado en un rincón. "Su hijo tendrá que obedecerme en todo y realizar todas las tareas que le encarge, le gusten o no. Si no realiza su trabajo adecuadamente será castigado con dureza. El chico podrá dormir en el taller y comida no le faltará. Finalmente quiero que se comprometa a servirme por cuatro años, hasta que el chaval cumpla los veintidós. Llegado ese momento podrá irse o, si ambos estamos de acuerdo, podrá continuar conmigo y le pagaré un suelo. Por el contrario, si el chaval se va antes de cumplir los cuatro años conmigo, voy a requerir de usted que me page por el tiempo que he mantenido a su hijo. Una moneda de plata por cada tres meses que haya estado viviendo aqui. Que me dice, ¿Está de acuerdo?"
El chico seguía en el suelo, pero había escuchado con atención. El padre, después de agitar varias veces la cabeza energicamente, dijo que estaba de acuerdo y que no debía preocuparme por si su hijo se iba antes de los cuatro años. Antes lo mataría el mismo. Parecía entonces que habíamos llegado a un acuerdo. Esperaba que el chico mereciera realmente el esfuerzo y el gasto.
"Vamos hacia casa, granuja, tenemos algo pendiente para esta noche, rápido, en pie."
El chaval no parecía estar muy entusiasmado con la idea de seguir a su padre. Sabía que una vez en casa le esperaba la peor paliza de su vida. A su padre no le gustaba que le desobedecieran y aún menos que le pusieran en evidencia ante los poderosos de la ciudad. El miedo le animó a intentar una última escapada.
"Por favor padre, deje que me quede en casa del relojero, por favor...."
Después de pensar por unos segundos, el padre concluyó : "Decida usted, maestro relojero. Quiere que mi hijo se quede a partir de ahora o prefiere que lo mande mañana por la mañana.", me dijo el padre.
"Me da un poco igual, parece que usted tiene algo pendiente con su hijo para esta noche."
"Desde luego que si se viene ahora conmigo, esta noche voy a dejarlo sin piel. Pero si usted desea que se quede, no tengo inconveniente en ello, pero debo recomendarle que no deje pasar mucho tiempo sin azotar a mi hijo o de lo contrario se convertirá en un holgazán inútil y maleducado. Le hablo por experiencia y creame que conozco bien a mi hijo"
El chico mantenía la cabeza gacha y estaba silencioso. Yo era consciente que lo adecuado era permitir que su padre le diera una buena paliza de despedida, pero de otro lado no quería perder la oportunidad de poner las manos encima del chico esa misma tarde. Tampoco deseaba que el chaval se hiciera la idea de que yo era un blanducho. Debía dejarle claro desde el principio que si su padre era duro con él, yo lo sería dos veces más y que no toleraría ninguna insolencia.
"Prefiero que el chaval se quede aqui a partir de este mismo momento, pero entiendo que esta tarde ha sido desobediente y le ha faltado al respeto y que usted debe castigarlo. Por ello voy a pedirle que si no tiene inconveniente, esta noche despues de cerrar el taller vuelva aqui y castigue a su hijo como crea conveniente. ¿Que le parece mi propuesta?"
"Que asi sea. Hasta luego señor y tu portate bien, ¿entendido?"
Finalmente el padre se fue y me quedé a solas con mi nuevo aprendiz. Para romper el hielo y hacer que se olvidara un poco de los sucesos del día decidí que lo mejor era empezar con un poco de trabajo. Algo fácil, le mandé barrer el suelo. Obedeció diligente pero estubo lloriqueando todo el tiempo. Sin duda consideraba que el castigo que le esperaba en unas horas era injusto, muy injusto. Desgraciadamente a mi me gustaba verle llorar y me iba a esforzar para que durante los próximos cuatro años el chaval sufriera las mayores injusticias que pudiera imaginar. Una vez acabó con la escoba, le mande que esperara sentado hasta la vuelta de su padre en unas horas. A medida que pasaba el tiempo y se acercaba el momento de cerrar el taller, el chico se iba poniendo más nervioso. Ya no lloraba, pero su cara estaba enrojecida y no dejaba de jugar con los dedos y morderse los labios. ¡Que regalo del cielo para mi! Durante ese primer día el chico me estaba mostrando todas sus facetas: alegría, miedo, esperanza, terror, dolor, tristeza y es todos esos estados era extraordinariamente atractivo. Cada vez que alguien entraba por la puerta la cara de terror del chaval se acentuaba, hasta que, al cabo de unas horas, lo tan temido sucedió y su padre cruzó por la puerta. Traía con el una vara de madera y una correa de cuero.
Buenas noches señor. Ha llegado justo a tiempo. Deje que cierre el taller para que nadie nos moleste. El ruido de la cerradura hizo que mi aprendiz empezara a temblar. Que visión más agradable, ahora estaba seguro de haber tomado la decisión correcta al haber pedido a su padre que volviera por la noche. Le indiqué que podía empezar cuando quisiera.
"Ya has oido al maestro, preparate para el castigo."
"Por favor, padre..." suplicó el chaval.
"Prepárate" gritó más fuerte el padre.
"Padre, no me ha dicho si sólo el culo o todo."
"A ti que te parece estúpido, todo, todo. Ya te he dicho que no vas a olvidar esta noche en muchos años. Prepárate rápido si no quieres una propina."
Lo que siguió a estas duras palabras del padre fue marabilloso, lo que faltaba para convertir ese día en algo perfecto. Un día que tampoco yo iba a olvidar fácilmente. El chaval empezó a desnudarse. En un momento su musculoso torso estaba al descubierto, mostrando su piel tostada y joven. Siguieron los zapatos y los pantalones. Sus piernas peludas y fuertes estaban ya a la vista. Finalmete, sin dudarlo, se quitó los calzoncillos mostrando una enorme polla de adolescente y unos huevos que muchos hombres de mi edad desearían suyos. El oscuro pelo que le recubría los genitales todavía no estaba completamente desarrollado. Una vez su cuerpo estubo totalmente al descubierto, el chaval se puso ergido en un momento, separó las piernas y colocó sus manos en la nuca. Y a continuación gritó: "Listo, señor."
Yo me senté detrás de mi mesa de escritorio, completamente excitado con la visión de ese cuerpo perfecto y expuesto a nuestros caprichos. Intentaba esconder el bulto que empezaba a crecer en mi entrepierna, pero no tardé en darme cuenta de que el propio padre estaba también completamente empalmado y no tenía reparos en recolocarse la polla varias veces con la mano a la vista de todos. La polla del chaval, por el contrario, permanecía flaccida; el miedo sin duda era el sentimiento dominante en ese momento. El padre dejó al chaval en esa posición por unos minutos y luego, paseando en circulos a su alrededor, empezó a sermonearle.
"Sabes que esta tarde has sido desobediente y mereces ser castigado. Cuentanos al maestro y a mi que es lo que has hecho mal."
"Señor, esta tarde abandoné el puesto del mercado sin pedir permiso, corrí por las calles escondiéndome de usted y entré corriendo en el taller del maestro sin pedirle antes permiso o llamar a la puerta. Hablé con el maestro aun sabiendo que usted me había prohibido expresamente molestarle de nuevo. Creo que eso es todo señor." Dijo el chaval sumiso.
"Piensa bien si te olvidas de algo." Insistió el padre. Era evidente que el chico estaba haciendo un gran esfuerzo en encontrar más errores que hubiera cometido durante este ajetreado día.
"Señor, creo que eso es todo" Contestó el chaval cabizbajo.
"Te diré que otra cosa has hecho mal hijo". El padre empezó a acariciar el pelo y la cara del muchacho con rudeza. "Te diré que otra cosa has hecho mal. Intentaste evitar este castigo buscando la protección del maestro relojero. Le pediste quedarte en el taller a partir de esta misma tarde con la esperanza de librarte de mi. ¿Es eso cierto o no? y espero que no se te pase por la cabeza la idea de mentir." El padre le había soltado la cabeza pero ahora estaba retorciéndole el pezón derecho sin piedad. El chaval seguía ergido y en posición, pero respiraba entrecortadamente y apretaba los dientes con fuerza. Empezaba tambien a sudar copiosamente.
"Padre, tenía miedo de que usted estubiera muy enfadado y me golpeara muy fuerte, tenía miedo, padre, sólo eso."
"¿Porque estoy enfadado?"
"Porque me he portado muy mal, padre."
"Si te has portado mal, debes ser castigado, ¿verdad?"
"Si, padre."
"Y si te has portado muy mal, debes ser castigado muy duramente, ¿es eso cierto?"
"Si padre."
" ¿Como que "Si padre"?"
"Padre, me he portado mal y debo ser castigado por ello. Por favor, azóteme hasta que considere que he aprendido mi lección." Su voz era casi inaudible.
"No te oigo y el maestro seguro que tampoco."
Con voz temblorosa pero esta vez más fuerte, el chico volvió a pedir ser azotado. Era evidente que el chico pasaba por este ritual con mucha frecuencia y sabía bien que se esperaba de él. El padre me pidió permiso para usar una de las mesas de trabajo y yo me apresuré a despejarla de relojes despanzados y destornilladores miniatura. Con una señal de la cabeza, el padre indicó al muchacho que se tumbara encima de la mesa. Éste se colocó boca abajo, con las piernas abiertas y bien estiradas. Se había puesto de tal forma que la polla quedaba justo en el borde de la mesa y todo su pecho y vientre, incluido el ombligo, descansaban encima de la enorme mesa. Con las manos agarró el borde opuesto de la mesa, pero como ésta era más bien grande, tubo que estirar los brazos al máximo.
"Parece que esta mesa está hecha a medida para ti, una pena que no la tubieramos en casa. Ya te he dicho que quiero que recuerdes este castigo por el resto de tus días, hijo. Ahora levanta las piernas."
"Por favor, padre, no con las piernas levantadas, por favor." Se quejó el chico, con la voz alterada por la proximidad de la mesa a su boca. El padre empezó a acariciarle la espalda y los muslos.
"Deberías estar orgullosos de tus músculos, quiero que el maestro relojero pueda admirar cada uno de ellos. Y ahora levanta las piernas como te he ordenado." Despacio, el chaval separó los pies de suelo y levantó las piernas hasta que éstas estubieron flotando y completamente horizontales, manteniéndolas un poco separadas. Para permanecer en esa posición debía de tensar todos los músculos de la espalda, trasero y muslos. Por el momento no parecía que le resultara muy difícil. El chico tenía un cuerpo increible. El padre cogió una correa de cuero gruesa y, con una fuerza que a mi me pareció excesiva, golpeó sobre la espalda del chaval, provocando un estremecimiento de todo el cuerpo. Una marca roja no tardó en aparecer donde la correa había golpeado la piel oscura y tersa del muchacho. Después del golpe las piernas cayeron hacia abajo, pero no llegaron a tocar el suelo. En cuanto volvieron a estar horizontales el padre propinó otro corretazo en la espalda. Esto se repitió por un buen rato, al menos diez veces más. Era evidente que cada vez le costaba más esfuerzo mantener las piernas en alto. Ahora empezaba a entender el porque el padre había insistido en que el chaval mantubiera las piernas alzadas. Con el cuerpo bien tenso, cada golpe de la correa impactaba contra la superficie dura del músculo e inflinguía mucho más daño que sobre un músculo relajado. Me sorprendían los conocimientos del campesino en estos temas, probablemente aprendidos de su padre cuando él a su vez no era más que un mocoso maleducado. Yo disfrutaba especialmente observando la cabeza del muchacho. Antes de cada golpe mantenía la frente fuertemente apretada contra la superficie dura de la mesa, pero los corretazos tenían el poder de hacerle echar la cabeza para atrás en una especie de espasmo. Y en esas ocasiones se podía leer el dolor en todas las facciones de su joven y hermosa cara.
"Separa las piernas completamente y álzalas." Ordenó el padre, a la vez que dejaba la correa y tomaba una vara de madera. El chico obedeció con esfuerzo. Colocándose entre las piernas del muchaco, el padre empezó a descargar azotes sobre el culo del chico, la mayoría directamente en la raja. Después de cinco o seis golpes el chaval tubo que descansar los pies en el suelo por primera vez, pero eso no gustó al padre.
"Acabas de ganarte otros cinco azotes. Y te advierto que si vuelves a poner los pies en el suelo tendré que atarte." La amenaza parece que tubo su efecto, ya que el chico permaneció tenso y con las piernas en alto (balanceándolas arriba y abajo, eso también es verdad, pero sin llegar a tocar el suelo) durante todo el rato que el padre necesitó para azotar treinta veces ese culo juvenil. Una vez satisfecho hizo una pausa para contemplar su obra. Las marcas en la espalda eran ya de un rojo-morado intenso. Por el contrario, en el culo muchos de los golpes habían cortado la piel y estaba todo manchado de sangre. Acariciando ese culo lacerado, el padre indicó al chaval que podía descansar ya las piernas y que se diera la vuelta. Con trabajo, el chico se puso de espaldas encima de la mesa. Había dejado una mancha enorme de sudor debajo se su cuerpo y donde la cabeza descansaba había un charco de lágrimas y saliba. Como ya había hecho antes, el chico agarró el borde de la mesa que quedaba detrás de su cabeza. Su cuerpo estaba otra vez en tensión, ya que la mesa era alta y los pies casi no le llegaban al suelo en esa posición boca arriba. La severidad y fuerza de la azotaina empezaban a preocuparme, me acerque a la mesa y acaricié el pelo del chaval, que me miró con ojos de suplica. Su cara estaba enrojecida por la tensión y el dolor y lágrimas ocasionales resbalaban por sus mejillas.
"Pronto habrá acabado, se fuerte" le dije intentando reconfortarle.
"No tan pronto, señor, no tan pronto." Contestó el padre. "No se deje engañar por las apariencias. Mi hijo puede resistir mucho más y ahora se lo voy a demostrar." Y sin perder tiempo cogió otra vez la correa y golpeó diez veces el pecho del muchacho y veinte veces la parte delantera de sus muslo. El chico, efectivamente, resistió estoicamente.
"Puedes ponerte de pie." Ordenó el padre. El cuerpo del chaval estaba ahora cubierto de corretazos. Esperaba que curaran sin dejar marcas desagradables.
"Espero que hayas aprendido a obedecer y a no engañar a tus superiores. A partir de ahora el maestro relojero se encargará de tu disciplina, obedécele en todo y no molestes, ¿entendido?."
"Si padre."
Antes de irse, el pade me aconsejó tener mano dura con el chaval. El castigo de hoy todavía no estaba completo y me suguirió que dejara al chaval de cara a la pared y desnudo por varias horas. Así tendría tiempo de asimilar los motivos del castigo de hoy y no se le olvidaría tan fácilmente. Y antes de mandarlo a la cama, sería prudente que tumbara al chaval sobre mi regazo y le diera otra buena azotaina. Para ese momento los cortes ya se habrían empezado a curar, pero las nalgas todavía estarian bien sensibilizadas. Una buena azotaina con la mano le recordaría quien manda a partir de hoy. Y con esos consejos el padre se despidió de mi, agradeciéndome que hubiera tomado a su hijo bajo mi custodia.
"Espero muchachón que me hagas sentir orgullosos de ti y obedezcas al maestro relojero." Dijo a su hijo acariciandole el pelo.
"Así lo haré padre, le echaré de menos padre." Esa fue la respuesta del chaval. A pesar de la azotaina que acababa de recibir de su padre, el chico parecía realmente apenado por separarse de él. Sin más palabras, el padre se fue finalmente, dejándome a mi sólo con el chaval. Ahora estaba únicamente bajo mi responsabilidad hacerme cargo de su educación y siguiendo los consejos y ejemplos de su padre, estaba completamente decidido a mantener la mano dura con él. El chico seguía de pie, con las manos en la nuca, tal y como su padre le había ordenado.
"Muy bien hijo, a partir de ahora estarás bajo mi cargo. Voy a enseñarte a trabajar en el taller y espero de ti que me obedezcas en todo. Al igual que tu padre, no dudaré en azotarte si te portas mal. Ahora quiero que cojas estos trapos y limpies la porqueria que has dejado encima de la mesa. Luego te pondrás en ese rincón de cara a la pared hasta que yo te diga."
"Gracias señor. Maestro, ¿puedo vestirme ahora?"
"Tu castigo no ha acabado todavía. Ya te diré cuando puedes vestirte."
El chico limpió la mesa como le había ordenado y luego se puso de cara a la pared. Sin necesidad de ninguna indicación por mi parte, colocó las manos en la nuca y separó completamente las piernas. Probablemente esa es la posición que su padre le obligaba a tomar durante sus horas de rincón. Y yo no me iba a oponer, todo su cuerpo quedaba bien a la vista, su polla y huevos colgantes insinuándose detrás del culo. Le dejé ahí durante un hora, a la luz del candil, mientras yo repasaba los libros de cuentas, pero me estaba impacientando por empezar con la azotaina y decidí poner fin a mi agonía.
"Acercate, chico." le dije mientras yo estaba sentado en mi sillón preferido. El chico vino hasta donde yo estaba, seguía como no, completamente desnudo. Su padre tenía razón en que el chico recuperaba su energía rápidamente. Si bien el torso del chaval tenía ahora peor aspecto (los corretazos eran ya de un azul desagradable), el chico se movía con mayor agilidad y parecía que realmente se estaba recuperando.
"Ahora te tumbarás en mi regazo. Vas a saber lo que es bueno."
"Señor, ¿porque?. No es necesario, de verdad, he aprendido la lección." protestó el chaval.
Estube a punto de apiadarme de él, su cara angelical me conmovía, pero yo sabía que no debía dejarme influenciar por su belleza. Todo lo contrario, un chico bello requiere de mayor disciplina para recordarle humildad.
"Basta de protestar si no quieres una propina. Túmbate."
El chico, como no, obedeció. Sentí como su cuerpo caliente se acoplaba al mio, se estableció un contacto íntimo entre ambos. Podía sentir los latidos acelerados de su corazón y los temblores de miedo que de tanto en tanto estremecían su cuerpo. Lo recoloqué bien sobre mis piernas, aprovechando para acariciar su cuerpo en profundidad. Y empecé a azotar ese culo con fuerza. Con cada golpe notaba crecer la tensión de su cuerpo. Que sensación de poder más agradable!. Con mi mano izquierda agarré la polla y los huevos del mozo, para evitar que se moviera demasiado. Cuando me di cuenta, había pasado ya una hora, cientos de azotes habrían sido aplicados. Decidí que eso era suficiente por ese día y ayude al chaval a ponerse en pie.
"El castigo ha termicado por hoy. Puedes acostarte."
El chico no contestó. Me fui a mi habitación dejando al chaval en el taller. Esa noche soñé con mi vida futura junto al chico.
FIN
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