La última clase de la semana, sociología II. Había dejado ya de prestar atención a las explicaciones del profesor, ansioso por acabar de una vez con las clases. Y poco podía yo adivinar que la última frase que el profesor iba a decir antes de salir de clase cambiaría mi vida y la de mis amigos por los próximos meses y posiblemente para siempre.
"Señores, antes de que se vayan tengo una anuncio que creo les puede interesar. El govierno a empezado un nuevo programa de asistencia a la población reclusa. Ya saben que los recientes recortes en los impuestos y el enlentecimiento de la economía global han obligado al govierno a efectuar fuertes recortes presupuestarios. Por otro lado sabrán tambien que la población reclusa no ha dejado de aumentar en los últimos cinco años. La convergencia de estos dos factores han hecho que el govierno decida suprimir todos los programas de asistencia a los presos para su reinserción y socialización. Si bien esto representan malas noticias para nuestra profesión, hay un aspecto positivo. Para compensar la falta de asistencia profesional a los presos, el govierno ha creado un nuevo programa experimental de voluntariado. Ciudadanos con una cierta formación en asistencia social o campos relacionados podrán tutelar personalmente a uno o unos pocos presos, ayudando de este modo a su adaptación social. Si bien esta actividad es voluntaria y no remunerada, debo señalarles que la experiencia que ustedes adquirirían si deciden voluntariar en este programa podría ser decisiva en un futuro próximo cuando deban encontrar trabajo como asistentes sociales. Si estan interesados pueden conseguir mas informacion en la página web www. asis_pres. es. Y ahora si, que tengan un buen fin de semana."
En un principio no parecía muy interesante. Trabajo extra y sin cobrar, pero el profesor tenía razón cuando decía que nos podría ayudar a encontar trabajo cuando acabaramos nuestra carrera el siguiente año. Después de bromear un poco sobre el tema, mis amigos y yo decidimos echar un vistazo a la página web del programa. Fuimos a la sala de ordenadores y tecleamos la dirección que nos había dado el profesor. La primera página era una introducción general. Más o menos lo mismo que el profesor nos había ya contado. De todos los links que había en la página no me costó decidir cual sería el próximo a explorar: "Disciplima". La página abría con una foto de un joven preso, esposado y sin camisa, con una expresión en la cara que cualquiera habría dicho que le acababan de comunicarle una sentencia a cadena perpetua. La página detallaba las herramientas que el tutor voluntario tendría a su disposición para moldear la actitud del preso. Según la página web el tutor tendría amplios poderes. Podría alargar o reducir el tiempo de condena dentro de los amplios márgenes impuestos por los tribunales. Asi mismo, el tutor podrá dictar los castigos o recompensas ususales que ya existen dentro del sistema penitenciario. Eché un vistazo hacía mis amigos. Todos ellos estaban el la misma página de disciplina y al igual que yo, intentaban disimular el bulto en sus tejanos. A lo mejor este programa experimental de asistencia a los presos iba a resultar más entretenido de lo que habíamos pensado en un principio. Continuamos leyendo hasta familiarizarnos con los mínimos detalles del programa. Todo parecía indicar que el programa estaba diseñado para dar rienda suelta a nuestros instintos dominantes, autoritarios y sádicos. Y a lo mejor eso es exáctamente lo que los presos necesitan para reencontrar su lugar en la sociedad, un poco de humildad y mano dura.
Estabamos tan excitados con las perspectivas que se abrían para nosotros que decidimos reunirnos en mi casa para discutir sobre los pasos a tomar a continuación. Ninguno de nosotros había antes estado tan cerca de realizar sus sueños.
"A mi me parece bien lo de tener poder para alargar la condena del preso o hacer que lo castiguen los guardas, pero lo que yo quiesiera es poder azotar a esos delincuentes yo mismo, plas, plas, plas. Hacerles lamer mis botas hasta que estubieran relucientes." Exclamó frustrado mi amigo Enrique.
"Creo que no hay nada en las normas que te vaya a impedir hacer exactamente eso. Recuerda que las sesiones de tutelaje son completamente confidenciales y privadas. Me imagino que la mayoría de los presos preferirán lamer tus botas antes de ver como sus tiempos de condena se alargan indefinidamente o ante la perspectiva de pasar el resto de sus días en la celda de castigo."
"Y no sólo eso. La página web dice que si un preso es violento podrá ser atado durante las sesiones de tutelaje. Y si el chico está atado, ¿que nos va a impedir jugar un poco con él...? ¿verdad?"
"¿Un poco? ¿por que un poco? Yo voy a follarlo hasta que le salgan las tripas por la boca y cuando haya acabado voy a hacer que me pida más. Ya lo vereis." Dijo excitado Enrique.
"Bueno, bueno, no tan deprisa. Todavia no hemos presentado la solicitud."
Ya veis que estabamos los cuatro muy excitados con la posibilidad de tutelar a los presos y nos pasamos toda la noche del viernes discutiendo sobre cual sería la mejor técnica para humillar y joder a esos criminales hasta reducirlos a muñecos sin voluntad. El sábado estabamos ya completamente decididos y no pudimos esperar para llamar al número de contacto facilitado en la página web. La señorita que me atendió fue muy amable. Me explicó que debido a que nosotros todavía eramos muy jovenes, la agencia prefería asignarnos a un reformatorio juvenil, pero que si demostrábamos aptitudes y asi lo deseábamos, podrían transferirnos a una prisión común dentro de unos meses. Parece que el echo de que los cuatro estubieramos estudiando ciencias sociales, psicología y todo ese rollo nos hacía candidatos ideales para el proyecto y la señorita casi que me garantizó que seriamos aceptados en el programa. El próximo paso era una entrevista personal en el reformatorio juvenil "Villa Gloriosa", uno de los centros juveniles mayores de la ciudad y además cercano a la universidad. A mi me citaron el lunes a las cinco de la tarde y mis amigos tenían tambien citas para el lunes y el martes. Durante el resto del fin de semana la excitación que nos invadió al principio fue transformándose en miedo. Miedo por si no seríamos capaces de manejar la situación. Miedo por si en lugar de ser nosotros los que humilláramos a los presos serían ellos los que se reirían de nosotros. Pero estabamos completamente decididos a hacer todo lo posible por sacar probecho a esta oportunidad, por disfrutar como nunca antes habíamos disfrutado.
El lunes llegó. Un lunes que se me hizo eterno, esperando con ansia y algo de miedo la llegada de las cinco de la tarde y de mi entrevista en el reformatorio. Creo que nunca había mirado el reloj tantas veces como ese día. Pero finalmente la hora llegó y yo me encontré casi sin saber como en las puertas del Reformatorio Villa Gloriosa, un edificio gris y mastodóntico con puertas electrificadas y torretas de vigilancia por todas partes. Después de explicar al guardia de la puerta principal lo que me traía a la prisión, éste hizo una llamada y al rato me dejó pasar, dándome instrucciones de como llegar hasta la oficina donde me iban a atender. Me llamó la atención que muchos de los internos andaban libremente por el patio de la prisión. Hacían distintas tareas de mantenimiento, cuidar el jardin, limpieza...muchos de los chavales parecían mayores que yo, aunque probablemente no lo eran y algún que otro no tendría más de dieciseis años. Cuando llegué a la oficina que me había indicado el guarda de la puerta, un señor de unos cincuenta años me estaba ya esperando. Se presentó como el jefe de personal. Me explicó que él y su oficina son los encargados de las relaciones con los voluntarios (yo). Me acompaño hasta su despacho y después de agradecerme mucho mi interés por el nuevo programa de tutelaje me preguntó porque estaba yo interesado en ayudar a estos muchachos. Le conté que mi profesor de sociología nos lo había recomendado y que esperaba que la experiencia adquirida me ayudaría a encontrar trabajo cuando acabara la carrera. Le conté también que consideraba mi deber moral el ayudar a chicos que, debido a las circumpstancias sociales, no han tenido las mismas oportunidades de que yo he disfrutado. Eso parece que no le gustó demasiado.
"Señor García, me parece que tiene una idea un poco idealiada de lo que sucede dentro de estos muros. " Me contestó el Director de Personal. "Pero no le culpo por ello, todas esas teorias sociológicas están muy bien, pero creo que a algunos de sus profesores les beneficiaría pasarse una temporada entre nosotros. Usted es un universitario y cree que todos los hombres tienen los mismos valores que usted y sus compañeros. Desgraciadamente no es asi. Quiero que comprenda una idea muy sencilla. Si es capaz de asimilarla su estancia en este centro será fructífera para los internos y para usted mismo. Si no acepta esa idea sus esfuerzos no nos serán de ninguna utilidad. Estará perdiendo el tiempo y haciéndonoslo perder a nosotros. ¿Y cual es esa idea se preguntará? Bien sencillo. Los internos en esta prisión no están aqui por el capricho de unos jueces chochos. No señor. Están aqui porque han cometido crímenes. Sí, han desafiado las leyes que rigen para el resto de nosotros. ¿Y por que han cometido crímenes? porque a estos chicos el sufrimiento de los demás les trae sin cuidado. Roban, asaltan o asesinan para su provecho. Lo que nos ocurra a los demás no es su problema. Desgraciadamente para ellos nosotros estamos aqui para hacerles ver lo equivocados que están si creen que nos dejaremos abasallar por ellos. Las instituciones penitenciarias, los jueces, la policía ... se encargan de recordar a esos tipos duros que nosotros, la sociedad, no vamos a tolerar su comportamiento y que si ellos nos atacan, nosotros se lo haremos pagar con creces. Les juzgaremos, encerraremos y castigaremos hasta que consideremos que han aprendido la lección. ¿Y cual es esa lección? Bien fácil. Los delincuentes deben aprender que no les va a salir a cuenta infringir la ley, porque si lo hacen les cogeremos y les castigaremos, una y otra vez. Bien, señor García, espero que esto que le estoy contando no sea demasiado duro para sus creencias sociales, pero es esencial que comprenda la naturaleza de nuestro trabajo.
"Señor, desde luego que estoy de acuerdo con su visión...."
"Muy bien, muy bien. ¿Cual va a ser entonces su trabajo como voluntario? Usted deberá dar un tratamiento personalizado a un pequeño grupo de nuestros presos, seguir su evolución y determinar cuando el preso puede ser devuelto a la sociedad sin peligro para el resto de la sociedad. ¿Como va a ayudar a estos chavales? Bien fácil. Debe encargarse de que estos chicos comprendan lo antes posible que sólo hay una forma de vivir en sociedad, seguir las reglas. Si no obedecen la ley serán castigados. Si por el contrario deciden seguir las reglas su vida será agradable y feliz. Y para poder llevar a cabo su trabajo se le va a dar un poder considerable sobre la vida de sus discípulos. Como probablemente ya sabe, podrá alargar o reducir su tiempo de condena asi como aplicar distintos tipos de castigo. "
"Señor, esa parte no me quedo muy clara después de leer el sitio web del programa."
"No se sorprenda, el govierno debe ser cuidadoso cuado se refiere a asuntos punzantes como los castigos corporales en el sistema penitenciario o los programas de reinserción social. No queremos llamar una atención excesiva por parte de algunos medios contrarios a nuestra política. Pero ahora que usted ha llegado ya hasta aqui, le puedo decir que los castigos corporales son práctica habitual del sistema actual y que de hecho esperamos que los tutores voluntarios se encarguen personalmente de gran parte de los castigos que crean deben ser aplicados a los presos, en lugar de relegar esa función a los guardas en plantilla que ya tienen demasiado trabajo. Ya debe saber que como tutor voluntario tendrá varias sesiones de trabajo con sus discípulos, una o más a la semana a su criterio. Bien, la confidencialidad de esas sesiones es sagrada. Ni usted ni el interno serán nunca cuestionados sobre lo que haya sucedido durante una de esas sesiones privadas y sin duda ese es el mejor momento para dejar claro al interno quien lleva la batuta, si usted me entiende."
"Si, claro que lo entiendo y estoy completamente de acuerdo con usted. Pero...pero hay algo que me preocupa, la mayoría de estos chicos son seguramente más ...más fuertes que yo y...y si no me obedecen no se que podré hacer..."
"Eso depende de sus habilidades en dejar bien claro quien manda. Debe ganarse el respeto de sus discípulos y castigar sin miramientos cualquier insolencia. Si uno de sus discípulos se revela en su contra, llama a un guarda immediatamente. Le pide que ate al chico y que les deje a solas. A partir de ahi está en su mano asegurarse de que el chico comprenda que con usted no se juega y que esa es la primera y ultima vez que se atreve a desafiar su autoridad. No puedo darle ninguna referencia sobre la dureza del castigo requerida para doblegar a uno de estos chicos. Algunos tendrán bastante con unos pocos azotes. Con otros deberá dejarlos sin piel y repetir el tratamiento cada día durante una semana. Depende del chico, pero al final todos se someten. Lo que puede tener por seguro es que nadie del centro le va a cuestionar por la severidad o ligereza del castigo. Esto es algo totalmente personal entre usted y su discípulo."
"Gracias por ser tan franco conmigo, ahora estoy mucho más tranquilo y convencido de que he tomado la decisión adecuada." Me imagino que la cara de alivio que puse debió ser demasiado evidente, porque arrancó una carajada al Director.
"Muy bien, muy bien señor García. Creo que nos vamos a entender. El próximo paso es decidir cuantos discipulos está dispuesto a tomar y quines van a ser los afortunados. ¿Que me dice, está listo?"
"¿Listo? ¿Quiere decir que puedo escoger ahora mismo?"
"Porque esperar. Primero dígame cuantos discipulos quiere tutelar, uno, dos, tres. No creo que tenga tiempo para muchos más y siempre puede tomar a otro chico si cree que dispone del tiempo."
"Si, si, yo pensaba en uno o dos."
"Le diré que vamos a hacer. Veamos que chicos están más necesitados de tutelaje y luego ya decide. Dígame, prefiere un chico joven o ya más mayorcito. Aqui los hay desde los dieciseis hasta venticinco. Usted no debe ser muchos mayor, ¿verdad?"
"No, tengo ventidos."
"Entonces, ¿Que edad prefiere?"
"Prefiero... prefiero a chicos mayores."
"Muy bien. En este centro no pueden estar más alla de los venticinco, de manera que le aconsejo escojer a uno de ventitres o venticuatro a lo más."
"Si, si, ventitres está bien."
"Muy bien. Ahora mi secretario le dará los expedientes de los chicos de veintitres que tenemos aqui suceptibles de entrar en el programa. Lo siento pero no puede sacar los expedientes de la prisión, de manera que tendrá que revisarlos aqui. Mi secretario le indicará una habitación. Tómese su tiempo, compruebe la razón de su condena asi como el tiempo máximo y mínimo que deben cumplir. Le interesa escojer a alguien con un amplio margen de tiempo de condena. Recuerde también que los recien llegados pueden ser más ariscos y difíciles de tratar. Los que ya han cumplido más de un año saben que no pueden jugar con nosotros. Usted verá. Una vez haya escojido a unos diez o veinte candidatos puede entrevistarlos personalmente para acabar de tomar una decisión. Muchas gracias de nuevo por su interés y espero que podamos colaborar extensamente para ayudar a estos muchachos."
Con estas palabras el director se despidió de mi y me llevó hasta el secretario. Este me condujo a una pequeña habitación interior con una mesa de escritorio y me pidió que le esperara un momento mientras me traía los expedientes. A los cinco minutos llegó con una pila enorme. Habrían unos doscientos expedientes. El secretario me mostró rápidamente como leerlos para extraer la información crucial. Lo que no necesitaba explicació eran las fotos. Cada expediente tenía una foto de pasaporte del interno y, por suerte para mi, varias fotos de los muchachos tomadas durante las revisiones médicas, completamente desnudos. Normalmente había una foto frontal y otra de perfil. Los expedientes de los chicos que llevaban varios años en la institución contenían varias fotos tomadas a lo largo de los años, de manera que era posible seguir su crecimiento. Era muy interesante. Sólo fijándome en las fotos reduje la pila a un cuarto. Por supuesto escogí a los más guapos, fuertes y duros. Si iba a jugar lo iba a hacer en serio. Nada iba a ser más excitante que doblegar a un joven guapo y fuerte. Los resumenes de los informes policiales me ayudaron a identificar a los tipos duros. Basura proveniente de las pandas callejeras, con amplios historiales policiales. La lista se iba reduciendo. Siguiendo las indicaciones del director de personal, descarte a los internos con tiempos de condena cortos o demasiado inflexibles. Todavía quedaban una treintena. Volví a las fotos. Ahora con más calma me di cuenta que uno de los muchachos era de una belleza deslumbrante. Alto, cuerpo musculoso y proporcionado, no mucho vello pero tampoco lampiño, de color y facciones mulatas, bien dotado, pero era su cara lo que me dejo sin habla. Ojos azules, pelo corto, aspecto inocente que contrastaba con su expediente penal. Mi polla también decidió votar por el chico, por suerte estaba sólo en la habitación. El único problema es que llevaba sólo un mes en la prisión y ésta era su primera condena. Iba a ser difícil de dominar. Pronto la lista se redu! jo a qui nce, pero yo ya había tomado la decisión. Llamé al secretario y le dije que ya había hecho mi elección. El tomó la lista y me dijo que en una media hora los chicos estarían preparados para la entrevista. Esos treinta minutos se me hicieron eternos. No sabía muy bien que esperar de este primer encuentro. Un guarda se acercó y me dijo que los chicos estaban listos. La entrevista se iba a realizar en la zona de seguridad de la prisión, que estaba en otro edifício, junto a las celdas. El guarda me acompañó a través de varias puertas y rejas, con mecanismos electricos que abrian y cerraban las puertas a nuestro paso. Me condujo hasta una habitación que parecía encontrarse en el sótano del edificio y que sólo tenía una mesa de escritorio y una silla, sin ventanas. En el escritorio estaba la pila de expedientes de los chicos seleccionados y un bloque de papel para tomar notas.
"Señor, usted puede usar el escritorio y la silla durante la entrevista. Ya ve que los expedientes están ahi por si necesita consultar más detalles. Le traeremos a los chicos uno a uno y le dejaremos a solas para que tenga más libertad. Como ésta es su primera experiencia en este tipo de situación, no podemos permitir que sufra ningún tipo de accidente, de manera que los internos estarán atados de pies y manos durante la entrevista. Tomese su tiempo y cuando haya acabado llámenos para que le traigamos al siguiente candidato. Pero antes de empezar, dígame por favor como quiere que se los traigamos."
"¿A que se refiere?" Yo estaba visiblemente nervioso.
"Los va a entrevistar desnudos, en calzoncillos, con el mono reglamentario de la prisión.... depende sólo de usted, pero mi consejo es que si los entrevista desnudos va a conseguir más información. Se sienten vulnerables."
"En calzoncillos va a ser suficiente, gracias."
"Enseguida le traemos al primero, interno 2533. Si abre el cajón del escritorio encontrará una correa y una bara de madera que pueden serle de utilidad para extraer la información más personal de estos chicos. No dude en aplicarla a discreción, se sorprenderá de lo útil que pueden ser. Y no le entre prisa por acabar. Aqui trabajamos toda la noche."
Por suerte los guardas de la prisión lo tenían todo programado y yo no tube que tomar ninguna decisión, sólo seguir la corriente. Los acontecimientos estaban sucediéndose a tal velocidad que no tenía tiempo ni para reflexionar por unos segundos. Y sin descanso, ya estaban entrando dos guardas por la puerta llevando a 2533 en calzoncillos. En frente de la mesa de escritorio, fijos en el suelo, había unos grilletes con los que sujetaron los pies del chico, obligándole a separar las piernas unos palmos. El chico ya llevaba esposas, que los guardas ataron a una cuerda que colgaba del techo. Con un mecanismo de engranajes tiraron de la cuerda hasta que el chico estubo totalmente tenso, pero todavía no tenía que ponerse de puntillas.
"¿Quiere que tensemos un poco más?" Me preguntó uno de los guardas.
"No será necesario. Así está bien."
"Si quiere tensar un poco más sólo tienen que hacer girar este engranaje y para relajar pulsa esta palanca, pero recuerde que el chico lleva grilletes y esposa metálicos, no tire demasiado o le cortará las muñecas. Bien. Les dejo a solas."
El guardia salió de la habitación y efectivamente ahi estaba yo, a sólas con ese chico imponente atado de pie en frente de mi escritorio y con sólo esos slips minúsculos para proteger su decencia. Sentado en el sillón detrás del escritorio, empecé explicando al chico en que consistía el nuevo programa de tutelaje. Mientras él escuchó con atención y en silencio. Luego le hice algunas preguntas personales sobre su vida antes de ingresar en el reformatorio y sobre sus aspiraciones al cumpir con su tiempo de condena. Yo pretendía con ello suavizar el ambiente y reducir la tensión de la entrevista, pero el chico estaba claramente muy nervioso y tenso y sólo respondía con monosílabos. La verdad es que no me sorprendía su actitud, teniendo en cuenta que se hallaba atado de pies y manos frente a un extraño que no había visto en su vida y además casi desnudo. Era necesario cambiar un poco la dirección que tomaba la entrevista.
"Chico, voy a repetir las preguntas que te he hecho antes, pero ahora quiero que las respondas onestamente y en profundidad." Cogí la bara de madera que había en el cajón del escritorio y me acerqué lentamente al chico. Abofeteé con la bara al chico, no con mucha fuerza, pero si la suficiente como para dejar una marca roja en sus mejillas. Luego, con la punta de la bara jugué un poco con sus pezones para luego ir bajando lentamente por su pecho, dejando una marca rojiza en zig zag, hasta que la punta de la bara llegó al elástico de los slips del chaval. Metí el extremo de la bara hacia dentro de los calzoncillos e hice fuerza hacia abajo, intentando bajarle los calzoncillos, hasta que su polla y huevos estuvieron a la vista. Jugué un poco con ellos con la bara, al igual que había hecho antes con sus pezones y retiré la bara de un golpe, con la mala suerte para el chaval de que al regresar los slips a su posición, dejaron parte de su polla al descubierto. Había conseguido que el chico se pusiera muy nervioso. No sabía que esperar de mi y ahora sabía que yo podía hacer lo que me placiera con él. Volví a formularle mis preguntas y ahora sus respuestas me dejaron mucho más satisfecho. El chico se esforzó en complacerme contándome toda clase de detalles de su vida, tanto antes de ingresar en el reformatorio como dentro de la institución. Me pareció un chaval temeroso de la autoridad y maleable. Estas cualidades junto a su perfecto cuerpo le hacian un candidato ideal como discípulo. Cuando hube acabado con él, llamé al guarda para que trajera al siguiente. Al momento dos guardas arrastraron a otro chaval hacia dentro de la habitación, a la vez que otro desataba a mi primer candidato. El nuevo chico luchaba con todas sus fuerzas para librarse de los guardas, pero poco podía hacer contra ellos. En un momento estubo bien atado a los grilletes del suelo y con los brazos en alto. Por primera vez veía la cara del chico con claridad, era mi bonboncito, el chico al que había decidido tomar como discípulo con solo ve! r su exp ediente y ahora que lo veía en persona mis deseos iniciales no hicieron otra cosa que confirmarse, a pesar de que parecía más rebelde de lo que yo esperaba. Tenía un cuerpo de semental, musculoso, moreno y equilibrado y su cara era tan bella que me hubiera gustado rompersela ahi mismo y en ese instante. El chico parecía tener un tanto de genio a juzgar por como forcejeaba con los guardas. Incluso cuando estubo atado continuó luchando y soltando insultos sin parar. Los guardas le habían puesto esposas de cuero y luego atado a la cuerda que colgaba del techo. Luego tiraron de la cuerda hasta que el cuerpo del chico estubo totalmente tenso y debía mantenerse en puntillas. Esa posición debía ser bastante dolorosa para el chico, ya que éste empezó a sudar y su cara reflejaba el dolor. Los guardas me explicarom que esta era la primera vez que el chico era interrogado por un oficial de la prisión y que la primera vez todos los chicos daban el espectáculo, pero que pronto aprendían a comportarse. La cuerda del techo tiraba de las muñecas del chico de tal manera que parecía que se iba a partir en dos, pero los guardas me aseguraron que, con las esposas de cuero, todavía podía aumentar más la tensión. Para demostrármelo dieron un poco más a la manivela hasta que el chaval estubo literalmente suspendido en el aire. Los guardas parecían disfrutar con la demostración y yo no iba a protestar por ello. Sin duda habían consegído que el chico se callara y estubiera atento a lo que le sucedía. Cuando los guardas hubieron salido de la habitación aflojé otra vez la cuerda hasta que el chico pudo descansar otra vez en puntillas. El interrogatorio no fue muy probechoso. El chaval empezó respondiendo únicamente con monosilabos a mis preguntas y como en el caso anterior, me vi obligado a presionar un poco a mi futuro discípulo para que respondiera adecuadamente a mis preguntas. Le expliqué que después de cada una de mis preguntas él debía responder con el máximo detalle y que debía continuar elaborando en la respuesta hasta! que yo le indicara que se callara. De no seguir mis instrucciones le castigaría donde más de duele. Le demostré mis intenciones golpeando un par de veces en sus genitales con la bara de madera y si bien no le bajé los calzoncillos, los golpes fueron lo bastante fuertes como para arrancar un grito de dolor a mi pupilo. Llegamos al momento de la verdad, primero una pregunta fácil, le pedí que me contara sobre su família. Estubo más de diez minutos contando sus desaventuras familiares. Su padre había desaparecido de su vida cuando él era todavía un crio y a partir de ese momento parece que tubo que cuidar de si mismo y también a su madre y hermanos. Era triste, pero sin duda no excusa suficiente como para convertirse en un criminal. La primera pregunta superada con éxito, pasé a la segunda, de tipo más personal. Quería que me contara sobre sus novias. Empezó con una lista de cinco chicas, que hubo descrito someramente en tres minutos. Yo quería más detalles y asi se lo hice saber, pero en lugar de obedecerme el chico se atrevió a insultarme. Me llamó pervertido y tarado. Estaba decidido a doblegar a ese chaval y espuelado por la rabia empecé a tensar la cuerda con el propósito de partirlo en dos si eso era necesario, pero luego me di cuenta de que me estaba precipitando. Esta no era más que nuestra primera entrevista y sin duda en un futuro próximo el chico y yo ibamos a disponer de muchas horas para disfrutar de nuestra mutua compañía. Todavía me quedaban muchos chicos que entrevistar y no quería perder todo mi tiempo y energía con el único que ya sabía de seguro me iba a quedar. Me acerqué al chico y agarrándole el paquete con fuerza le prometí que nos volveriamos a ver pronto para continuar con la historia de sus novias y le aconsejé que fuera haciendo memoria. El chico continuó insultándome y eso tubo un extraño efecto en mi. Me dio pena por el chico. Sabía que cada uno de sus improperios le iba a costar muy caro. Cada insulto que ahora profería se iba a traducir en horas y días de castigos y tortura. Finalm! ente los guardas entraron para llevarse al muchacho y substituirlo por el siguiente.
La historia fue repitiendose por más de dos horas hasta que al final hube visto a los quince chicos previamente seleccionados seleccionados. Mi favorito seguía siendo el mismo, Gilberto se llamaba. Era el más guapo y también el más desafiante y rudo de los quince. El segundo puesto iba a ser más difícil de otorgar. Después de pensarlo detenidamente escogí a Raúl, un chico también muy guapo y de cuerpo atlético y que en caracter era opuesto a Gilberto. Raúl parecía deseoso de agradar y obedecer a sus superiores. Pensé que sería un buen supervisor de Gilberto para cuando yo no estubiera presente. Comuniqué mi decisión a los guardas, que me aseguraron que para cuando yo volviera al reformatorio los chicos estarían listos para empezar con el tutelaje.
En cuanto regresé a casa mis compañeros estaban esperándome para saber como había ido. Les conté lo de las entrevistas, como los quince chavales estubieron atados, casi desnudos y sin duda expuestos a mis caprichos para que les preguntara o hiciera lo que me viniera en gana. Les conté que la actitud de los guardas y del director era totalmente de hacer la vista gorda y dejarnos hacer a nuestras anchas, les conté como Gilberto era mi ideal de macho, extremadamente guapo y de cuerpo perfecto. Como tube que golpearle en los huevos para que respondiera a mis preguntas y lo que al pobre chico le esperaba en mi próxima visita como castigo por tener la lengua tan larga.
Al siguiente día regresé al reformatorio y pedí hablar con el director, pero me informaron de que estaba ocupado. Sin embargo, el funcionario que me atendió me dijo que si lo que quería era empezar con las clases de tutelaje, que podía empezar cuando quisiera, todo estaba ya preparado. Me llevaron hasta una habitación espaciosa, no muy distinta de donde realicé las entrevistas el día anterior. Yo estaba un poco ansioso por no haber podido aclarar la situación con el director, pero por suerte el guarda que me acompañaba pareció leer mi mente y me aseguró que todo lo que sucediera dentro de esa habitación entre mi pupilo y yo iba a ser completamente confidencial. Todavía un poco preocupado, le comenté que debido al mal comportamiento de Gilberto en nuestra última entrevista hoy tenía previsto castigarlo duramente. El guarda no pareció sorprenderse en lo más mínimo y me aseguró que traería al chico immediatamente. De paso, como quien no quiere la cosa, me mostró varias correas y bastones guardados en los cajones del escritorio y me recordó que a partir de las ocho la infermería del reformatorio estaría cerrada y que los casos graves deben trasladarse a un hospital cercano, de manera que era conveniente que acabara con Gilberto antes de las ocho si mi castigo iba a resultar en daños severos. Sin duda oir eso me confortó. Ese día sólo pretendía jugar un poco con Gilberto, ya habría tiempo para tratamientos más severos en las semanas y meses venideros. Mientras esperaba que el guarda regresara con Gilberto estube inspeccionando la habitación. Estaba equipada con soportes en el techo y suelo para amarrar grilletes y esposas y también tenía el engranaje para tensar las cuerdas que sujetaban las esposas. Los muros disponían de varios soportes que claramente estaban diseñados para facilitar el atar a los presos en distintas poses. En los cajones de la mesa de escritorio había varias correas de cuero, bastones flexibles de varios tamaños y un látigo. Este instrumento me llamó fuertemente la atención y no pued! e evitar hacerlo chascar en el aire. Era un artilugio diabólico e imponente. Estaba todavía jugando con el látigo cuando el guarda regresó acompañado de Gilberto, esta vez vestido con el reglamentario mono azul del reformatorio. Me imagino que verme jugar con el látigo no le tranquilizó precisamente.
Aqui tiene al chico. ¿Desea algo más antes de que me retire?
Por favor, ayúdeme a sujetarlo a los soportes.
En un momento Gilberto estubo atado de pies y manos, de manera que debía permanecer de pie con las piernas ligeramente separadas y los brazos alzados. Una vez atado, el guarda nos dejó a solas y yo me senté en el sillón que estaba detrás del escritorio. Me tomé una buena media hora explicando a Gilberto en que consistía el nuevo programa de tutelaje y me esforcé en dejar claro que a partir de ese día debería obedecerme absolutamente en todo o sería duramente castigado. Durante mi sermón no dejé de jugar con el látigo, era asombroso como ese instrumento llamaba la atención de mi pupilo, no apartató su hermosa mirada del artilugio ni por un instante. Ya os podeis imaginar que de puro miedo el chico no pronunció más que "sis" o "nos" cuando yo le hacía una alguna pregunta directa, parecía que iba comprendiendo cual era su situación. Había llegado el momento de jugar un poco más fuerte. Le expliqué a Gilberto que debido a su mal comportamiento durante nuestra entrevista de hacía unos días, debía castigarlo y que era precisamente eso lo que pensaba hacer a continuación. Para llamar un poco más su atención, me puse en pie y, con la punta del látigo le acaricié las mejillas.
"Voy a darte la primera lección en obediencia."
Con la ayuda del engranaje, aflojé la cuerda que colgaba del techo y mantenía los brazos de Gilberto alzados en el aire, de manera que, si bien continuaba esposado, podía ahora bajar las manos y tenía cierta movilidad. Y por supuesto que el chico continuaba sujeto al suelo por los grilletes que le rodeaban los tobillos, de manera que no había posibilidad de que intentara ninguna estratajema.
"Ahora vas a desabrocharte la cremalera del mono." Ordené al chico. Esperé unos instantes, pero el chaval parecía immovilizado por el miedo. Yo no tenía mucha paciencia y si muchas ganas de jugar con Gilberto, de manera que volví a accionar el engranaje que tensaba la cuerda atada a las muñecas hasta que el muchacho tubo que ponerse de puntillas.
"Ya te he dicho que hoy vas a aprender a obedecer, chico." Cogí una bara de madera de metro y medio y más de un centímetro de ancho y empecé a azotarle el culo y los muslos, por encima de sus pantalones. Era una sensación nueva para mi, era la primera vez que azotaba a alguien con tal dureza y eso me excitaba sobremanera. Cada uno de mis golpes, dados con toda la fuerza de que yo era capaz, era absorvido por la carne de Gilberto. Ese perfecto culo, esas piernas musculosas no tenía otro remedio que soportar mi tratamiento, toda la energía de cada golpe se transformaba en una décima de segundo en un sonoro "plaf" y, con un poco de suerte, en un gemido de dolor. Continué azotando ese culo hasta que le hube aplicado quince barazos y Gilberto lloraba sordamente. Esperé unos instantes para que se recuperara un poco y después volví a aflojar la cuerda que colgaba del techo hasta que, otra vez, el chico pudo bajar los brazos. Lo primero que hizo fue llevarse las manos al trasero, para aliviarse un poco.
"Bien, volvamos a intentarlo. Ponte derecho y desabrochate el mono."
Esta vez el chaval tubo una respuesta más positiva. Lentamente llevó sus manos hasta el extremo de la cremallera del mono, cercano a su cuello, y la abrió lentamente hasta su vientre, dejando entrever parte de su pecho.
"Te he dicho que te desabroches la cremallera. Hasta el final, rápido".
Gilberto bajó la cremallera otro palmo hasta su extremo, un poco por encima de su entrepierna.
"Asi me gusta, ya ves que si eres obediente no te pasará nada malo. Ahora saca tu pollita y tus huevos al aire, quiero tenerlos bien a mano en caso de que necesites un recordatorio de quien manda aqui."
Pero Gilberto todavía no había aprendido su lección. En lugar de obedecer empezó a sollozar y pedir perdón. Rápidamente tensé la cuerda otra vez y en un momento el chico estaba otra vez de puntillas. Le aparté el mono dejando su pecho al descubierto. Fué agradable acariciar sus musculosos pechos y pellizcar los oscuros y enormes pezones, pero debería hacer algo más contundente si quería llamar la atención de ese muchacho. Cogí el látigo y después de practicar unos pocos golpes en el aire, el siguiente descargó sobre el pecho de Gilberto. Dejó una enorme marca roja que cruzaba exactamente por encima de su pezón derecho y debió dejar también una fuerte impresión en el muchacho, porque después de soltar un fuerte grito de dolor empezó a suplicar que parara mientras prometía hacer todo lo que yo le ordenara. Finalmente estaba consiguiendo mis objetivos para la primera clase con el chaval.
"Nunca dudé de que más pronto o más tarde me obedecerías sin rechistar. Desgraciadamente para ti, el castigo no tiene marcha atrás y debo llevarlo hasta el final. Te quedan todavía cuatro latigazos más en el pecho y te aseguro de que voy a hacer lo posible para que te acuerdes de ellos por mucho tiempo."
Ignorando sus suplicas y lloros, descargué otro latigazo intentando dar en el mismo pezón. El grito que soltó Gilberto casi me dejó sordo. El chico continuó pidiendo perdón y suplicando que no le azotara más y tonto de mi, me apiadé de él. No pude resistir su belleza, sus suplicas y la miseria que yo le estaba causando.
"Muy bien, dos latigazos serán suficientes si me prometes ser un chico obediente."
"Por favor, Señor, no más, no más, voy a obedecerle en todo, pero no me azote más."
Aflojé la cuerda hasta que sus muñecas estubieron a la altura de su cintura. A continuación le quité las esposas para permitirle mover los brazos libremente. Estaba convencido de que en su estado actual Gilberto no representaba ningún peligro y de todas formas seguía amarrado por los grilletes.
"Bamos a comprobar si de verdad has aprendido la lección esta vez, muchacho. Bájate el mono hasta los tobillos."
Sin dejar de sollozar y mirando al suelo todo el tiempo, Gilberto se quitó el mono y lo dejó enrollado alrededor de sus tobillos. El chico no sabía que hacer con sus manos, de manera que después de dudar unos instantes las colocó sobre sus calzoncillos, como para protejer sus partes más íntimas.
"Eso no está bien, Gilberto. Pon esas manos en la nuca ahora mismo."
El chico colocó esas enormes manazas en su nuca, como no, a la vez que se encorbaba un poco hacia adelante. Claramente temía que algo malo le pasara a su paquete. Era el chico más atractivo que pueda existir... Me acerqué a él y empecé a manosearle el paquete con rudeza. Luego le bajé los calzoncillos un poco, hasta que sus genitales estubieron bien a la vista y me senté en mi silló detrás del escritorio.
"A partir de hoy voy a visitarte con cierta frecuencia, dos o tres veces por semana, para ir siguiendo tus progresos en la escuela del reformatorio y, en general, darte consejos para facilitar tu pronta reinserción en la sociedad. Normalmente nos encontraremos en esta habitación y tu permanecerás desnudo como ahora. Si en el futuro te ganas mi confianza y respeto, a lo mejor voy a permitirte que te vistas, pero para eso debes demostrar interés por mejorar. El sistema que vamos a seguir es bien simple. Si te portas bien, progresas en el colegio y tus profesores y guardas están contentos contigo, voy a premiarte acortando tu sentencia en este reformatorio. Ya sabes que estas condenado por cinco años y que esa sentencia se puede reducir a dos por buen comportamiento. Si eres obediente haré lo posible para que salgas de aqui en cuanto antes. Por el contrario, falta de interés por los estudios, desobediencia o mal comportamiento en general serán castigados con extensiones de tu condena y castigos físicos, como hoy ya has podido comprobar."
Hice una pausa en mi discurso para poder contemplar sin distracción como ese monumental chico era reducido a la más oscura miseria.
"Tus profesores y guardas me harán llegar informes sobre tu comportamiento y eso me ayudará a seguir tus progresos. Ya puedes imaginarte que si sus notas son negativas deberé castigarte. Pero yo quiero que te portes bien tambien con tus compañeros del reformatorio, especialmente tu compañero de celda. Por ello deberás pedirle que antes de cada uno de nuestros encuentros escriba en una cartilla que voy a proporcionarte una valoración de como te has comportado hasta ese día, en una escala del 0 al 10. Yo voy a tomarme muy en serio su criterio y te castigaré duramente si te califica con menos de un siete. Espero que no se te ocurra falsificar esa cartilla, porque de vez en cuando preguntaré a tu compañero directamente y si no coincide con lo que está escrito en la cartilla, te aseguro que te arrepentirás."
El chico se había recuperado parcialmente o al menos lo suficiente como para atreverse a expresar una queja. " Pero Señor, que pasa si mi compañero no quiere firmar en la cartilla?"
"¿Porque no iba a querer? Tu portate bien con él y ya verás como él se porta bien contigo."
"Pero señor, él ...él no va a querer...él no..."
"No tienes elección. Para vivir en sociedad debes aprender a convivir en paz con tus compañeros. Si su informe es negativo, deberé castigarte, lo siento pero asi debe ser y asi será. Esfuerzate en convencer a tu compañero para que te de una nota alta y por supuesto, ni se te ocurra amenazarlo de ninguna forma. Ya te lo advierto, me entero de que amenazas o coerces a tu compañero de celda y te aseguro me encargaré de que pases muchos años en esta prisión y cada día sea un infierno para ti. Ahora vístete mientras yo llamo al guarda para que te lleve a la celda."
El chico se apresuró a subirse los calzoncillos y el mono reglamentario. En un segundo estubo completamente vestido, a pesar de lo incomodo que debía sentirse por los azotes que le había dado. Llamé al guarda, que no tardó en llegar. Cuando vio a Gilberto me dio la impresión de que se decepció un poco al comprobar que el chico todavía podía valerse por si mismo y que no iba a requerir los cuidados de la infermería, pero no hizo ningún comentario al respecto. Como era todavía pronto, decidí pedir al guarda que tragera a mi segundo pupilo, el joven y sumiso Raúl. Mientras le esperaba, me senté en el sillón situado detrás del escritorio y empecé a diseñar cual sería mi estrategia para con Raúl. Durante nuestra entrevista previa, el chico me pareció obediente y deseoso de agradar a sus superiores. Hoy iba a darse cuenta de que para satisfacerme a mi debería trabajar muy, muy duro. Pero no tube tiempo para pensar mucho sobre ello, ya que a los cinco minutos el guarda volvía a estar en la habitación acompañado esta vez de Raúl. El chico no era tan musculoso como Gilberto, pero aún asi tenía un buen tamaño para su edad. Era alto y de ancha espalda y a sus diecinueve era dos años más joven que Gilberto, pero lo que me atrajo de él la primera vez era su careto perfecto y su pelo rizado. El guarda me preguntó si quería que atara a Raúl a los soportes, pero a mi no me pareció necesario. La tarde iba a ser mucho más interesante si Raúl conservaba su libertad de movimiento.
"Bienvenido, Raúl. Ya sabes que a partir de hoy voy a ser tu tutor y que voy a ayudarte para hacer tu estancia en este reformatorio más fructifera y llevadera. Si te portas bien y aprendes tus lecciones, tu tiempo de condena se acortará considerablemente. Si por el contrario te portas mal, te alargaré la condena y deberé también castigarte." Raúl permanecía en pie, silencioso, a sólo unos metros de donde yo estaba sentado.
"Hoy vamos a conocernos un poco mejor. Desnúdate."
Raúl simplemente dijo "Si señor." y empezó a quitarse el mono. Los calcentines y calzoncillos siguieron el mismo camino sin tardanza y en un momento tube al chico casi completamente al descubierto. El chaval sujetaba el mono y el resto de prendas que se había quitado entre sus manos, tapándose los genitales.
"Deja tus ropa en una esquina de la habitación y vuelve para aca." A continuación hice que Raúl separara las piernas y colocara sus manos en la nuca. Empecé a acariciar su cuerpo perfecto a la vez que le explicaba que a partir de ahora él me pertenecía. Una vez me hube familiarizado con cada centímetro cuadrado de la piel de mi pupilo, me senté en la mesa y me desabroché los pantalones. Lo que iba a seguir se hizo evidente para los dos.
"Raúl, ahora vas a hacerme una buena mamada, pero escucha bien, quiero que aprendas a dar las mejoras mamadas de este pais de manera que si cuando has acabado no estoy plenamente satisfecho voy a azotarte hasta dejarte sin piel, estas avisado." Su única respueta fue de nuevo un "Si Señor." Le agarré por su precioso pelo rizado y dirijí su cabeza hacia mi entrepierna. En cinco minutos me había corrido en su boca.
"Raúl, Raúl... Demasiado rápido, demasiado rápido. Muy mal, muy mal. Pero te aseguro que pronto vas a aprender a hacerlo mejor." Y agarrándole de nuevo por su pelo, obligué al chico a tumbarse sobre mi regazo. Le torcí el brazo hacia la espalda para immovilizarlo y empecé a azotar su culo con una correa de cuero hasta que estubo completamente cubierto de corretazos rojos y azules. El chico se retorcía de dolor, pero no intentó resistirse. Pero yo no había acabado todavía, de hecho no había hecho más que empezar. Continué azotando sus muslos y cuando estos estubieron a su vez cubiertos de corretazos, me esforcé en darle en la zona interna de las piernas, cerca de su paquete. Esa debía ser una zona sensible, porque el chico empezó a respirar entrecortádamente a la vez que lloraba y su cuerpo se contraía espasmódicamente. Cada uno de mis golpes se traduía en un choque de dolor para Raúl, que a su vez se transformaba en un orgasmo de placer para mí cada vez que su cuerpo desnudo se contorsionaba sobre mi regazo y sus suplicas pidiendo misericordia llegaban a mis oidos.
"Ponte en pie." Le ordené. Tube que esperar un poco a que el chico se recuperara, pero todavía podía permanecer en pie.
"Ahora separa un poco las piernas y toca el suelo con las manos, sin doblar las rodillas."
"Señor, por favor, basta, no puedo resistir más." Dijo entrecortadamente con su voz temblorosa, a la vez que asumía la posición requerida.
"Eso me corresponde a mi decidirlo. Si quiero que aprendas a dar unas buenas mamadas debo proporcionarte incentivo, ¿no crees?. Ahora deja de protestar si no quieres enojarme, pon tus manitas en las nalgas y separalas con fuerza, quiero ver tu coño bien al aire."
Estaba a punto de correrme otra vez. Era evidente que mantener esa posición era muy doloroso para el chico, especialmente teniendo en cuenta lo sensibilizados que estaban sus muslos y nalgas. Metí con rudeza mis dedos bien adentro de su rosadito coño, pero no estaba todavía suficiéntemente macerado para mi gusto. Hice que Raúl limpiara mis dedos con su lengua y cogí el bastón.
"Raúl, pase lo que pase no sueltes tus nalgas. Tu vida depende de ello. Cinco, cuatro, tres, dos...uno...cero!" Descargé un fuerte bastonazo en la raja del chaval, dando de lleno en el ano. Después de esperar unos minutos me preparé para dar otro golpe. Esta vez di dos golpes suaves para entrenarme. Al contacto del bastón Raúl empezó a temblar pero no me apiadé de él. Otro bastonazo cayó de lleno en la raja y el ano del chico quien esta vez se desplomó sobre el suelo.
"Acabas de ganarte cinco golpes adicionales, ahora ponte de nuevo en posición." Pero esta vez Raúl no se movió. Permaneció en el suelo enrollado como un caracol. No iba a permitir ese comportamiento y decidí pedir la asistencia de un guarda, que estubo encantado de poder ayudarme a disciplinar a mi pupilo. Con su ayuda tumbamos a Raúl encima de la mesa, boca abajo. A continuación el guarda se sentó a horcajadas sobre la espalda del chico y, mateniéndolo asi bien sujeto, tenía las manos libres para separar las nalgas de Raúl de manera que parecía que iba a partir su culo en dos como si de dos gajos de naranja se tratara. Varios centímetros del intestino del muchacho estaban a la vista. Volví a coger la bara de madera y apliqué un tercer golpe sobre ese expuesto y hermoso culo.
"Si quiere que el chico aprenda la lección deberá azotar con un poco más de fuerza." Me aconsejó el guarda con voz profesional. Para el siguiente golpe cogí un poco de carrerilla y lo descargué con fuerza, pero no fue muy certero y sólo rozó al ano. A pesar de ese pequeño fallo Raúl soltó un grito desgarrador. Me dió la impresió de que su culo no podía absorver más castigo, pero por el contrario en la posición en que se encontraba sus hermosos huevos colgaban libremente casi gritando para llamar mi atención. Su blancura contrastaba con los rojos y azules de los muslos y nalgas. Cambié la bara de madera por la correa de cuero y azoté esos huevos colgosos con ganas. Antes de irse, el guarda tubo que ayudarme para atar a Raúl al gancho del techo. Tardó casi media hora en empezar a recuperarse.
"Espero que hoy hayas aprendido que cuando te pida una mamada debes esforzarte al máximo y aun más para darme placer. Vuelves a meter la pata y volveré a azotarte, no lo dudes. Voy a explicarte ahora en que puntos debes trabajar, escucha con atención. Uno, vas a poner tu cuerpo en forma. Cada vez que nos encontremos quiero ver alguna mejora substancial : más músculos, más resisitencia, más flexibilidad... si tu mejora no es lo rápida que yo deseo, voy a castigarte. En segundo lugar quiero que ensayes para imitar el comportamiento de un perro a la perfección. Deberas aprender a correr a cuatro patas, ladrar, llorar, pedir comida, saltar... Si tu actuación no es perfecta, te voy a castigar. En tercer lugar debes trabajar para mejorar tu técnica. Quiero que tus mamadas me proporcionen al menos media hora de intenso placer. Puedes practicar con tus compañeros, seguro que encontrarás muchos voluntarios. Otra mamada de cinco minutos y te aseguro que el castigo de hoy te parecerá insignificante. En cuarto lugar, tienes prohibido correrte. Si me entero de que te has corrido sin mi permiso o si te pido que te corras en mi presencia y la cantidad y viscosidad de tu leche me indicara que te habías corrido recientemente, voy a azotarte."
Dejé que Raúl reflexionara sobre mis indicciones por unos minutos y luego aflojé la cuerda y lo desaté. El chico permanecía en pie con dificultad.
" Ahora puedes vestirte, pero recuerda lo que te he dicho y ten en cuenta que pasado mañana nos volveremos a encontrar. Espero ver apreciables mejoras para ese día."
Raúl se vistió lentamente, sin dejar de llorar y gimotear todo el tiempo, el guarda finalmente se lo llevó y yo me fui para mi casa.