NOTA: Este relato fue coescrito con otro autor, me gustaría que se pusiera en contacto conmigo. También agradecería la opinión de los lectores.
INTRODUCCION: Héctor es un tímido joven que responde a un anuncio en el que se oferta un trabajo en la mansión de un millonario.
UNO
Héctor era un joven de veintipocos años. De pelo negro y ojos oscuros, su mirada era todavía curiosa y detrás de ella podía advertirse su inseguridad. Vestía de manera informal con vaqueros y camiseta amplia y negra, con un intrincado dibujo. Tal como aquél hombre le había pedido, se acercó a él, tratando de mantenerle la mirada, lo que conseguía a duras penas y con mucho esfuerzo.
"Como te he dicho ya, Alejandro está ya bastante mayor y no puede encargarse de algunos trabajos. Necesito una persona que sea fuerte que pueda cargar bultos, traer la compra, hacer las tareas del jardín, limpiar la piscina, lavar el coche, etc, y, a la vez que tenga algún conocimiento, aunque no sea mucho, de informática, para llevar el correo, una pequeña contabilidad, y el control de los libros de la biblioteca. A cambio te ofrezco el alojamiento, la manutención y, lo más importante, tu formación, de la que me encargaré yo mismo, hasta donde llegue. Has de tener en cuenta que viajo con frecuencia. Por tanto, contrataré a un profesor para cuando yo no esté o para las materias que yo no domine. Tendrás un día libre a la semana y una pequeña cantidad de dinero para esas salidas. Si necesitas más permisos deberás pedirlos con antelación y justificadamente.
He de advertirte que soy muy exigente-subrayó el adverbio-, tanto en lo que respecta a las tareas domésticas como a los resultados académicos. Exijo un respeto razonable. Me gusta la puntualidad y no me gusta la pereza, la desidia o el desorden". Estas palabras las dijo mirándole fijamente, y acercándose a él, como queriendo subrayarlas de forma que no admitiera contestación. "Si te interesa, el trabajo es tuyo".
Héctor se sentía intimidado por aquella mirada tan intensa, por lo que no pudo evitar desviar la suya. Parecían unas condiciones muy duras, pero no tenía nada mejor. O aquello o la calle. Por otra parte, tendría la oportunidad de prepararse para conseguir un trabajo mejor llegado el momento. Sin embargo, sentía en algún sitio de su cuerpo una vaga sensación de peligro, detrás de la cual se adivinaba una extraña excitación. De Dónde venían esas dos sensaciones?. No lo pensó dos veces: "Creo que podré hacerlo, acepto".
"Muy bien, entonces, te espero mañana mismo a las ocho en punto. No me gusta que me hagan esperar. Alejandro te acompañará a la salida". El mayordomo, que no parecía tan viejo como el señor decía, le señaló la puerta. Héctor saludó y se dispuso a marcharse. "Ah¡, una última cosa. Mientras trabajes en esta casa, llevarás un uniforme adecuado. Alejandro te tomará las medidas para encargártelo. Hasta mañana".
Ya en la calle, después de que el mayordomo le hubiera medido, Héctor trató de reflexionar sobre lo que había ocurrido. ¿Un uniforme?. No le gustaba mucho la idea, pero pensó que se trataría de una excentricidad más de su nuevo jefe. Ahora tenía mucho trabajo. Recoger su apartamento, hacer la maleta, devolver las llaves al casero....Iba a tener una buena habitación en una casa de campo con piscina, jardín.... Tenía sus ventajas. Y aquél hombre....¿qué era lo que le atraía de él con tanta intensidad?.
Aquélla noche no pudo dormir bien. Estaba muy excitado pensando en su futuro a corto plazo. Eran las ocho menos cuarto cuando se despertó. No iba a llegar a tiempo. Se levantó de un golpe, se vistió rápidamente, cogió la maleta, que ya tenía preparada y salió como una estampida sin desayunar. Llegó casi sin resuello a la puerta de la casa cuando ya habían dado las ocho y media. Alejandro abrió la puerta: "El señor le espera hace rato en su despacho. Acompáñame a su habitación donde dejará sus cosas y se cambiará de ropa"
Su habitación estaba en la segunda planta. Era amplia y acogedora y la ventana tenía unas hermosas vistas al extenso jardín. "En el armario tiene colgados varios uniformes. El señor ha ordenado que hoy se ponga el polo rojo y pantalón y calcetines azules"
Cómo¡ Ya estaban hechos los uniformes?. Eso era rapidez. Abrió el armario y buscó en su interior. Colgado en la percha había un polo rojo de manga corta pero, y el pantalón?. La respuesta la obtuvo al sacar el polo de la percha. Allí estaba el pantalón. Era azul, efectivamente, pero era un pantalón corto¡ Aquello parecía algo perverso. No sabía muy bien qué hacer. Bueno, veamos cómo me queda. Se enfundó el polo y el pantalón. Éste era de una tela bastante cálida y agradable al tacto, lo cual no era lo peor pues era invierno y hacía bastante frío. La pernera le llegaba hasta más o menos un palmo de la rodilla, por lo que casi todo el muslo quedaba al descubierto y no era demasiado ajustada; quedaba un hueco entre la tela y el muslo. Menos mal que no tenía mucho pelo en las piernas, porque se sentía un poco ridículo. Por otra parte, el trasero del pantalón sí que estaba bastante ajustado y le remarcaba el culo de forma notable y también sus genitales estaban un poco comprimidos. Aquél hombre era un pervertido, definitivamente. Sobre el suelo del armario había unos calcetines azules, al lado de otros de varios colores. Al ponérselo se dió cuenta de que le llegaban hasta las rodillas, dejando una vuelta ancha por debajo de las mismas con dos franjas amarillas.
Se miró en el espejo de cuerpo entero que había en la puerta del armario. Ahí estaba él, un tío de veinticinco años, vestido como un colegial. Era bastante humillante. Sin embargo, sin venir a cuento, quizá por la presión del pantalón, empezó a notar una incipiente erección. No podía venir en peor omento. Tenía que presentarse en ese momento al jefe. Trató de distraer su atención, de pensar en lo ridícula y humillante de aquélla situación, pero aquello sólo aumentó su sensación de calor y tensión en los genitales. Bueno, ya se le pasaría. "Veamos a dónde nos lleva esto. Siempre estoy a tiempo de decirle que me voy"- se dijo. Echó una última mirada al espejo. El polo tenía una inicial en una lateral del pecho, la misma que en una de las perneras del pantalón, pero no adivinaba a qué obedecerían aquéllas letras.
"De cualquier modo, buen culo y buenas piernas. Si le gusta mirarlas, que se dé el gustazo, qué importa".
Abrió la puerta, salió al pasillo y bajó la escalera hasta el piso de abajo donde se encontraba el despacho del señor. Era muy tarde, pasaban tres cuartos de la ocho. "Espero que no se enfade". Alejandro se le acercó y le dirigió una mirada exploradora de arriba abajo (deteniéndose más en el pantalón corto y en las piernas), tras lo cual, hizo un gesto aprobatorio con la cabeza. Se dirigió a la puerta del despacho y llamó. Desde dentro se oyó "Adelante". Abrió la puerta y se apartó para dejarme paso.
DOS
El señor miró a Héctor con expresión severa desde detrás de su mesa. Le ordenó cerrar la puerta. A continuación le dijo que se acercara a él sin darle permiso para sentarse. Héctor cruzó las manos tras la espalda. El señor le preguntó en tono duro si le parecía que se había comportado correctamente esa mañana. Héctor no pudo sostener su mirada, bajó la cabeza y respondió "siento haber llegado tarde". La expresión del señor se dulcificó un poco: "bien, tendremos que hablar sobre esto. Por favor, siéntate".
Héctor se sentó al otro lado de la mesa. El señor empezó a hablar en el tono de voz que tanto le fascinaba. Empezó a explicarle que, aunque no era un hombre mayor, estaba muy chapado a la antigua y creía en la responsabilidad y en la disciplina. Que si alguien estaba a su cargo tenía que hacer las cosas como le mandaban sus superiores y ser obediente; y que si no las hacía así, debía ser castigado. Empezó a hablar sobre la importancia del castigo, sobre todo para un muchacho joven en edad de aprender, y empezó a referirse al castigo corporal. Héctor escuchaba asustado pero también con una curiosidad morbosa sobre donde iría a parar todo aquello.
Lamento no habértelo explicado ayer con la suficiente claridad. Tengo mi forma de hacer las cosas, y si quieres trabajar aquí tendrás que seguir mis reglas. Y mis reglas son estrictas; a mucha gente le escandalizarían, pero soy tan severo como justo. Por supuesto tienes la libertad de irte, pero si decides quedarte tendrás que ser castigado. No solamente ahora, sino todas las veces que tu comportamiento no me parezca el adecuado.
Se quedó callado, y Héctor se dio cuenta de que esperaba una respuesta. Una respuesta clara y probablemente definitiva. Se sorprendió a sí mismo pensando que la idea de abandonar aquel lugar y a aquel hombre le resultaba insoportable, y que la idea de recibir una formación estricta le atraía; sabía que era holgazán y débil de carácter, y que necesitaba ser tratado de esa manera. Musitó un débil "de acuerdo, señor".
El señor le miró complacido. "Muy bien, Héctor. Ven conmigo, por favor. Tengo algo que enseñarte". Se levantó y se dirigió hacia un lado del mueble que había en la habitación. Abrió uno de sus cajones y se apartó para que Héctor viera su contenido. En el cajón había varias reglas de madera, cepillos del pelo de forma ovalada, raquetas de ping-pong y también varas de bambú. Las varas le dieron una idea a Héctor de cual podía ser la función común de todos esos objetos.
¿Se te ocurre que tienen en común los objetos que hay en este cajón, Héctor?. Por la expresión de tu cara, me parece que sí -mientras decía esto el señor se permitió una sonrisa maliciosa. Son instrumentos de castigo; muy adecuados para usar en el trasero de los jovencitos desobedientes. La naturaleza ha dotado al hombre de abundante materia carnosa en las nalgas. Eso las convierte en una zona perfectamente diseñada para el castigo corporal; pueden ser golpeadas de forma bastante severa sin causar más secuelas físicas que el enrojecimiento y el escozor. Tristemente, esta maravillosa cualidad de las posaderas hoy se desaprovecha en general de forma lamentable. Sin embargo aun quedamos algunos pocos a los que nos gusta sacarle partido. Y yo la utilizo para enseñar disciplina a mis empleados, Héctor. Ya que has decidido quedarte aquí, tendrás que aceptar el ser azotado con bastante regularidad -se apiadó ante la mirada aterrada del joven y mostró una media sonrisa.
No te preocupes, no voy a usar ninguno de estos instrumentos ahora, se te irán aplicando a medida que estés preparado para recibirlos; tus castigos siempre serán severos pero no brutales. Nunca seré mas duro de lo que puedas soportar; pero tampoco menos. Por otra parte, la naturaleza nos ha dotado también del mejor instrumento de castigo que son las manos. Yo prefiero usar mi propia mano, establece una relación mucho más personal. Sin embargo, en breve, y según sea tu comportamiento, todos y cada uno de estos instrumentos habrán de usarse casi con toda certeza.
Héctor escuchaba y miraba a su jefe hipnotizado. La idea de ser azotado como los niños pequeños le humillaba tanto como le atraía de una forma retorcida.
¿Entiendes que debes ser castigado, Héctor?
El chico no sabía que contestar.
TRES
La erección de Héctor no había disminuído, por el contrario. La presión del pantalón corto y las palabras del señor estaban ejerciendo sobre él una influencia que le turbaban y le excitaban de un modo como antes no lo había hecho ningún otro estímulo. Nunca había sido un mojigato. Había tenido sus primeros escarceos con sus compañeros de colegio, con quienes había compartido caricias genitales y masturbaciones mutuas de aprendizaje adolescente. También había tenido aventuras con alguna chica, aventuras de las que había salido más o menos airoso. Pero sobre todo, había jugado consigo mismo. Casi podía decirse que era un experto onanista. Pero excitarse ante la idea de que le diesen una zurra en el culo, era algo que nunca se le había pasado por la cabeza.
Por otra parte, en la habitación no hacía ningún calor, y sentía frío en las piernas desnudas, lo que le hacía ser mucho más consciente de que su forma de vestir no era tampoco la habitual. Con frecuencia llevaba pantalones cortos en verano, porque era muy cómodo y agradable. Pero el traje de hoy añadía a la sumisión de aceptar los azotes, lo que se dio cuenta con asombro que estaba deseando intensamente, aceptar una norma que le rebajaba a la condición de niño, y aceptar traspasar la responsabilidad de su propia vida a.... (Cayó en la cuenta de que aún no sabía su nombre. Tenía que preguntarle cómo quería que le llamase).
"Entiendes y aceptas que debes ser castigado, Héctor?".
El chico no sabía qué contestar. Si decía que sí, perdería toda su autonomía de adulto y quedaría en manos de lo que el señor quisiese hacer con él. Pero, por otra parte, se sentía impelido a a aceptar las condiciones, imaginándose cómo le sentaba la mano o cualquiera de esos instrumentos sobre su trasero, lo cual hacía su excitación cada vez más creciente, de manera que advirtió que su erección era ya apreciable desde el exterior. No pudo evitar ruborizarse. Levantó los ojos del suelo, sin levantar la cabeza, le miró sumisamente y dijo: "acepto, señor".
"Bien. Veo que Alejandro te tomó de forma experta las medidas. Qué tal te sientes con tu nuevo traje?.
"Un poco raro señor; nunca he llevado uniforme".
"Espero que entiendas que el uniforme forma también parte de tu proceso educativo. El llevar uniforme te recordará constantemente que hay unas normas que debes acatar y que sabes que no puedes infringir, so pena de ser castigado duramente. El pantalón corto enmarca bien tu trasero, (y por lo que veo también tu parte delantera-dijo, refiriéndose a la ya evidente erección), y ofrece tus muslos. Así, tu trasero y tus muslos estarán permanentemente al arbitrio de mi mano y de mis decisiones sobre tus castigos. Además te hará más duro y resistente, pues tendrás que acostumbrarte al frío en todo momento. Ya sabes que aquí los inviernos son duros y los veranos cortos. Lo has entendido bien?".
"Creo que sí señor". Cruzó sus manos por delante para tratar de ocultar el bulto cada vez mayor que sobresalía de sus pantalones.
"En cualquier momento del día, estés donde estés, sea lo que sea lo que estés haciendo, podré darte una palmada en el culo o en las piernas o simplemente ordenarte que te prepares. Eso querrá decir que deberás dejar cualquier trabajo en que estés ocupado en ese momento y disponerte a recibir una azotaina. Ocasionalmente, si yo no estoy, Alejandro podrá administrate algún castigo que yo haya dejado encargado. Él está perfectamente entrenado y acostumbrado a azotar traseros de jovencitos. No eres el primer muchacho al que enseño".
"He de decirte también que con frecuencia tengo invitados. Si en alguna ocasión tu comportamiento con ellos no resultara apropiado, podré cederles a ellos el derecho a azotarte. Deberás entonces colocarte como ellos te digan para que te puedan pegar cómodamente. Espero que te haya quedado claro, porque todo esto es muy importante".
Ya no había vuelta atrás. Estaba a su merced. Sintió el deseo de llevarse las manos al culo y frotárselo, anticipándose a las sensaciones que estaba muy cerca de sentir. "Está bien claro, señor. Mi culo y mis muslos son suyos".
"Así me gusta. Ahora date la vuelta." Hizo lo que se le ordenaba. El caballero le dió una firme palmada en el trasero. "Ya sabes lo que esto quiere decir. Prepárate para tu primera zurra".
CUATRO
Héctor estaba tan excitado como temeroso y avergonzado. Se dejó llevar cuando el señor lo cogió por el brazo y lo acercó al sofá que había en el despacho.
Este sofá será uno de los lugares donde tendrán lugar tus castigos, Héctor. Mírame y escúchame bien -le costó por la vergueenza que sentía, pero le miró a la cara-; debes colocarte bien sobre mis rodillas y quedarte quieto, o será mucho peor -el señor se sentó en medio del sofá. Échate sobre mis rodillas boca abajo -el chico empezó a inclinarse pero dudaba. ¡Vamos! -el señor lo empujó un poco hacia sí y Héctor se vio encima de sus muslos con la tela del sofá a un palmo de su nariz. ¡Colócate bien! El trasero encima de mis muslos, así -las palabras fueron acompañadas de un sonoro azote de aviso sobre el trasero de Héctor. El señor tras colocarle a su gusto sobre sus rodillas, le agarró el costado con la mano izquierda y puso la derecha sobre las nalgas del muchacho, que habian quedado bastante ceñidas y marcadas por el pantalón.
Está bien, Héctor. Ahora debes ser dócil, no patalear y no intentar protegerte con la mano. Voy a comenzar el castigo.
Mientras decía esto, le masajeaba el culo con la mano. La levantó lentamente, y tras colocarla a cierta altura la impulsó con fuerza sobre la nalga derecha de Héctor. No fue un azote muy fuerte, pero lo fueron mas los siguientes, que empezaron a arrancarle al chico sus primeros quejidos. El señor le golpeaba a buen ritmo, alternando una y otra nalga sin prisa pero sin pausa, acariciando un poquito después de cada azote. Tras unos treinta golpes, aunque a Héctor le parecieron mas, le mandó levantarse.
Héctor estaba sofocado, y también erróneamente aliviado pensando que eso había sido todo. El señor le sacó de su error:
Bájate los pantalones.
El chico le miraba alucinado y lleno de vergueenza.
¿Tendré que hacerlo yo, Héctor?
Como el joven seguía dudando, el señor, visiblemente molesto, le desabrochó el pantalón y le bajó la cremallera. Cuando Héctor intentó bajarse los pantalones él mismo, el señor le golpeó la mano y se los bajó hasta justo por encima de las rodillas. A continuación, Héctor se dejó caer de nuevo sobre los muslos del señor sin oponer resistencia.
Sin mediar palabra, los azotes continuaron. A Héctor le parecían mas fuertes que antes, aunque no estaba seguro de si realmente lo eran, o era su trasero el que tenía menos protección. Héctor emitía débiles quejidos, salvo cuando algún golpe era especialmente fuerte, entonces los gemidos eran casi gritos . Los lamentos parecían sinceros y no fingidos ni exagerados, lo cual complacía mucho al señor, que disfrutaba aumentando según su voluntad la intensidad del castigo o al contrario aliviando al pobre Héctor con azotes mas leves. A través de la fina tela de algodón del calzoncillo podía palpar a la perfección las nalgas del chico, que estaban ya bastante calientes y seguramente también coloradas.
Decidió comprobarlo, y tiró para abajo de los calzoncillos. Héctor se sintió todavía mas avergonzado si cabe al imaginarse exhibiendo ante un hombre mayor que él su culo desnudo con las marcas visibles de la mano de su jefe. Este pensamiento sin embargo le excitó enormemente y la erección, que le había desaparecido por el dolor de los azotes, estuvo a punto de volver con fuerza. Solo estuvo a punto porque la mano del señor volvió a castigar el culo de Héctor, esta vez sin ninguna protección, y el chico no pudo pensar en nada mas que en desear el final de su castigo. La piel de Héctor no era dura, y las nalgas estaban bastante mas rojas de lo que el señor se hubiera imaginado. Se sentía feliz dándole su merecido al muchacho, tocando y castigando su bonito culete, y pensando en todas las veces que le tendría a su merced sobre sus rodillas en aquel sofá. Sin embargo no podría mantener el ritmo de azotes mucho tiempo sin causarle moratones, así que paró durante unos instantes y empezó a acariciar las nalgas del sofocado muchacho.
Debes aprender a comportarte, Héctor. ¿Entiendes lo que les pasa a los muchachos desobedientes? -intercaló un azote- Se les castiga -otro azote sobre la otra nalga- como a niños malos -siguió intercalando las regañinas entre las caricias y los azotes: cuando no seas bueno ...... como hoy .... te pondré sobre mis rodillas ... y te pondré el culete rojito, rojito ..... ¿Duele, verdad? ..... La próxima vez lo pensarás antes de llegar tarde .... Veo que eres de los que necesitan mano dura ..... Pero conmigo la vas a tener .... Ya lo creo que sí ... La próxima vez vas a probar mi zapatilla ... Porque habrá una segunda vez, y una tercera .... Ya he tratado con chicos como tu y sé lo que hay que hacer con ellos .... Nada como una buena azotaina .... Sé que no va a hacer que te portes bien siempre ..... Pero sí que seas un poco menos malo ..... Y además sería injusto que un chico malo no recibiera un castigo .....
El sermón del señor no esperaba respuestas, pero Héctor las daba entrecortadamente entre gemidos y exclamaciones de dolor:
sí, señor .... por favor .... no ..... sí duele .... me portaré bien .....
El señor espaciaba cada vez más los golpes entre las regañinas, y finalmente se vio con la mano levantada dudando si golpear de nuevo. No le dolía mucho la mano, porque estaba más acostumbrada a dar azotes que el culo de Héctor a recibirlos, pero decidió que no estaba mal para una primera vez. Descargó el último golpe y contempló satisfecho el color rojo intenso de las nalgas de su empleado, al mismo tiempo que las manoseaba. Héctor encontraba reconfortantes estas caricias.
Muy bien, Héctor, has recibido tus azotes sin patalear como un chico grande. Ahora vas a pasar una hora de cara a la pared y tu castigo habrá terminado. Durante esa hora no quiero que te des la vuelta, ni que te subas los calzoncillos, ni que te toques el culo. A continuación te volverás a poner sobre mis rodillas; si has sido bueno, te aplicaré una pomada que te aliviará mucho. Si no haces lo que te digo, tendrás que llevarte unos azotes mas, ¿esta claro?
CINCO
Héctor se levantó de la posición de castigo sobre las rodillas de su jefe. Instintivamente, se llevó las manos a las nalgas, para frotarlas.
"No me has entendido bien, Héctor?- dijo, mientras le propinó un fuerte y sonoro azote en la parte posterior del muslo izquierdo, que hizo que Héctor se encorvara hacia un lado, a la vez que gritaba de dolor".
"Ah¡, lo siento señor, no volverá a ocurrir".
Se dirigió cabizbajo hacia la pared que se le había indicado y se colocó frente a ella, con las manos cogidas por delante del cuerpo. Un ligero reguero húmedo corría por sus mejillas. La vergueenza y la humillación le provocaban un nudo en la garganta. Pero la excitación producida por las sensaciones ardientes en la piel de su trasero tras la azotaina, era más poderosa. La erección seguía ahí. Sabía que su jefe la había visto, por lo que ya no podría ocultarle que someterse a su voluntad ejercía sobre él una intensa, enfermiza excitación. Lo deseaba. Deseaba pertenecerle. Y ya no había vuelta atrás. El señor lo había comprendido y había tomado posesión de él, sin contemplaciones.
El caballero se levantó del sofá y se sentó delante de su mesa de despacho. Ordenó los papeles y se dispuso a leer unos informes, cuando hizo aparición en la puerta Alejandro. Se acercó a la mesa y dirigió una mirada hacia el culo del muchacho. "Señor, el correo"- lo depositó sobre la mesa. "Veo que el muchacho ha recibido su primera zurra. Qué le ha parecido al señor?.
"Creo que servirá, aunque aún le queda mucho por aprender. Quiero que esta noche lo refuerces tú. Ha de acostumbrarse a las dos manos. Ahora retírate; he de completar el proceso de recepción".
"Con mucho gusto señor. Será un placer- masticó las últimas palabras, mientras le miraba de nuevo de arriba abajo, a la vez que se dirigía hacia la puerta".
"Joder, exclamó en su interior el chico. Esta noche me va a zurrar el mayordomo y aún no me habré recuperado de esta paliza".
"Quedan un par de cosas, Héctor. No te vuelvas aunque te hable. La primera es tu horario. Te levantarás a la siete, te vestirás con el uniforme de trabajo, que incluye unos cómodos pantalones cortos y unos calcetines de lana gruesa, para abrigarte del relente de la mañana, bajarás a desayunar y trabajarás durante una hora en el jardín. No importa que no sepas nada de jardinería. Alejandro te instruirá y más te vale aprovechar sus lecciones. Después te ducharás y vestirás el uniforme normal. Cada día echarás a la ropa sucia el uniforme del día anterior y vestirás uno limpio. Luego te presentarás a mí a las nueve en punto de la mañana, para comenzar tu educación. Pero eso será mañana. Hoy dedicarás el día a atender las explicaciones de Alejandro, que te enseñará la casa y terminará de aleccionarte sobre tus deberes y el horario. Escúchale bien, porque tiene la mano muy ligera y orden de ser severo contigo. Descubrirás por otra parte que es cariñoso a su manera y velará porque no te falte de nada".
"La última cosa muchacho. Tengo la costumbre de sellar los pactos por escrito. Mensualmente, renovaremos nuestro acuerdo, mientras no haya ninguna objeción por parte de alguno de los dos, con una zurra y una firma. Firmaré yo sobre tus nalgas con un bolígrafo especial, cuya tinta dura aproximadamente un mes sin borrarse. Cuando la firma esté próxima a desaparecer de tu culo, vendrás a mí despacho con el bolígrafo, que guardarás en tu habitación, me lo ofrecerás, te bajarás los pantalones y te colocarás en la posición que ya conoces, para que yo pueda renovar el contrato. Así todos los meses, mientras estés en esta casa a prueba. Mientras te duchas comprobarás el estado de mi firma en tu trasero y evitarás que desaparezca o, de lo contrario, probarás alguno de estos instrumentos que te he enseñado.¿Has entendido bien?".
Otra humillación. Pero qué más daba. Ya le pertenecía. Qué importaba que se hiciera visible sobre su piel?. "Sí señor, descuide".
Bien, entonces, sellemos el trato; ven aquí y ponte en posición".
Héctor se volvió y dijo: "Antes de nada, señor, no conozco su nombre. ¿Cómo he de llamarle?".
"Puedes llamarme Don José. Es mi nombre."
"Está bien, Don José". Se subió los pantalones para poder andar cómodamente, se dirigió hasta él y al llegar a la mesa, se detuvo, volvió a bajárselos, se dió la vuelta para ofrecerle el culo y le dijo: "Estoy listo Don José".
"Antes de proceder. Me olvidaba de algo importante. Tu uniforme no incluye calzoncillos. Llevarás los pantalones cortos sin ropa interior. Es un detalle más de tu completa e inmediata disposición para el azote. Aceptas todos los términos?"