Papi llevaba a Chiquitín de la mano por el jardín que rodeaba la casa del jefe. Ambos estaban impresionados por lo grande que era la propiedad; el jardín, aparte de largo, era muy bonito y se lo veía bien cuidado. Claro que algo distraía a Chiquitín de la contemplación de esa belleza; los azotes que se había llevado todavía le escocían, y el picor que le producía aquel pantaloncito tan minúsculo y tan ajustado hacía las cosas peores. Se llevó la mano libre a las nalgas para aliviar el escozor; al hacerlo, notó que la mano de Papi soltaba la suya; un segundo después la sintió estrujando su oreja.
Aaaaayyyy ......
No te frotes el culete. Estamos llegando a la casa de Don Daniel y ay de ti como te pongas a hacer mohines allí dentro. Y alegra esa cara ¿estamos?
Es que me pica, Papi. Aaaaaayyyyy –Papi estrujo la oreja más fuerte.
Como no te calles sí que te va a picar. Ahí dentro tienes que estar sonriente; no empieces a hacer el tonto otra vez, ¿a que te doy otra zurra?
Sí, Papi – Papi soltó la oreja y volvió a cogerle de la mano. Ahora a Chiquitín le picaba la oreja además del culito. Además el viento le hacía sentir frío en las piernas desnudas. Pero intentó poner buena cara pensando en el pastel que Papi le había prometido.
Al llegar a la puerta apareció un señor todavía joven muy elegante con corbata y chaleco. Era el mayordomo del jefe.
Pasen, por favor. Don Daniel les espera.
Siempre llevando a Chiquitín de la mano, Papi fue detrás del mayordomo hasta una agradable y soleada sala de estar con una gran mesa y varios sillones y sillas.
Esperen aquí un momento. ¿Desean tomar alguna cosa?
Bueno, si no es molestia ..... Un vaso de vino para mi y un refresco para Chiquitín.
Ahora mismo se lo traigo. Siéntese un momento, por favor. El mayordomo desapareció; Papi se sentó en uno de los sofás y colocó a Chiquitín sentado sobre sus rodillas. Le dio un beso en la sien y le susurró a la oreja:
Buen chico.
Le gustaba reconfortar al muchacho cuando se portaba bien; era igual de importante que castigarle cuando se portaba mal. Le acarició el pelo un poco y luego pensó que sería más apropiado sentarlo a su lado que sobre sus rodillas; así que hizo que Chiquitín cambiara de posición y esperaron al jefe sentados uno al lado de otro. Papi empezó a acariciar de forma distraída los muslos desnudos de su niñito.
El jefe finalmente apareció. Iba vestido de modo informal con un jersey de marca y una camisa sin corbata. A Chiquitín le dio muy buena impresión aquel hombre de mediana edad tan elegante. Sobre todo por el aplomo y la seguridad en sí mismo que veía en él, propios de quien está acostumbrado a mandar. Sabía resultar cordial y exigente al mismo tiempo. Papi se levantó para saludarlo, y Chiquitín hizo inmediatamente lo mismo.
Buenas tardes –le extendió la mano a Papi con una sonrisa.
Buenas tardes, Don Daniel.
Y este niñito debe de ser su Chiquitín – se dirigió al muchacho, que le tendió la mano como había hecho Papi. Esto le resultó divertido al jefe- Ja, ja, ¿te crees mayor para darle un par de besos al jefe de tu papá?
Chiquitín retiró la mano un poco avergonzado, pero la sonrisa del jefe le devolvió la confianza en sí mismo. Estiró un poco la cara mientras el jefe, que era muy alto, se inclinaba para besarlo en ambas mejillas. Don Daniel olía muy bien. El jefe miró al niño con atención y le acarició con ambas manos el pelo y la cara.
Eres muy guapo, Chiquitín. ¿Quieres sentarte aquí conmigo?
Sí, señor –Aparte de tener que hacerlo por compromiso, le apetecía estar con ese hombre.
Muy bien. Ven aquí.
El jefe se sentó en el sofá contiguo a donde habían estado sentados Papi y Chiquitín, mientras Papi volvía a ocupar su puesto frente a ellos. Atrajo a Chiquitín hacia sí y se lo sentó encima de sus rodillas. Siguió con la mirada fija en él mientras le acariciaba los muslos y las rodillas con una mano y lo sostenía con la otra.
Tienes las piernas muy suaves, y bien afeitaditas, sin un solo pelo. Me gusta.
A Chiquitín le costaba aguantar esa mirada tan penetrante y tuvo que retirar la suya; era muy seductora la forma en que el jefe lo dominaba clavándole la mirada y tocándole las piernas con tanta confianza.
Un joven sirviente entró con las bebidas. Vestía con pantalón corto ajustado, aunque no tan corto ni tan ajustado como el de Chiquitín. El jefe echó una mirada aprobatoria a su pantaloncito, tanto por delante como por atrás, cuando se agachó para servir los vasos.
¿Le has dicho a Danielito que venga con nosotros? –le preguntó el jefe.
Señor, Danielito no está en su habitación.
¿Cómo que no está?
No señor, fui allí a buscarlo y la habitación estaba vacía.
¿Y estaba ordenada al menos?
Bueno, señor, la verdad .......
Ya – la cara del jefe estaba muy seria-. No ha venido al salón a la hora en que le dije ni ha recogido su habitación. Habrá que tomar medidas al respecto. Desde luego que sí. Dile a Angel que lo busquen por toda la casa y el jardín y que lo traigan aquí inmediatamente. Y que no se le ocurra poner ninguna excusa para no venir.
Sí, señor.
Que vaya Ricardo también en su busca. Él sabe como tratarlo.
Como ordene, señor.
El joven se retiró. Era realmente guapo, y Papi no pudo evitar seguir con la mirada su culete ceñido por el pantaloncito.
El jefe tenía expresión de enfado. Chiquitín sintió su mano más tensa sobre el muslo. Estaba como concentrado; pero de repente pareció recordar que tenía invitados y miró a Papi con la misma sonrisa cordial de antes.
Los niños ..... no hace falta que le cuente como son.
No, naturalmente.
A veces os portáis mal los chiquitines –dijo mirando de nuevo a Chiquitín a los ojos mientras le hacía una caricia en la nariz-. Está muy feo que seáis desobedientes. ¿Por qué no hacéis siempre lo que os dice papá? Mmmm – le hizo una mueca a Chiquitín y le dio unas palmadas en el muslo. Ambos sonrieron.
Lo comprendo perfectamente – intervino Papi-. No es fácil educar a los niños.
Danielito está muy difícil últimamente. Y no me gusta que sea difícil, me gusta que sea dulce y obediente. Así es como deben ser los niñitos. Voy a tener que darle unos azotes por no haber estado conmigo para recibirles.
Oh, por favor, no lo castigue por eso ..... No nos sentimos para nada molestos.
Es usted muy amable; y Chiquitín también es muy amable –dijo dándole un nuevo achuchón al pequeño y atrayéndolo hacia sí. Chiquitín se dejó caer sobre su pecho y el jefe lo agarró para que no se resbalara de su regazo-. Pero no se trata de eso; me ha desobedecido, y además no ha arreglado su habitación. ¿Usted no castiga a Chiquitín cuando no arregla su habitación?
Sí, sí, Don Daniel. Yo también soy estricto con Chiquitín.
Claro que sí, los niños necesitan la autoridad de su papá. Cuando el mayordomo y Ricardo traigan a Danielito voy a castigarlo. Si no les importa, lo haré delante de ustedes; puesto que también a usted y a Chiquitín les ha faltado al respeto al no venir a recibirlos, tienen derecho a presenciar el castigo.
Como usted prefiera, aunque sólo si usted lo ve conveniente.
Me parece muy conveniente. Voy a darle una buena azotaina, a menos que Ricardo le haya calentado ya el culo. Ricardo es el más mayor del personal del servicio de esta casa; conoce a Danielito desde que nació y no tiene reparos en zurrarlo como es debido cuando hace falta. Lo castigaré delante del servicio y de ustedes, para que le sirva de escarmiento. ¿O es usted contrario a los azotes?
No, no, en absoluto. Lo cierto es que a Chiquitín lo zurro con mucha frecuencia.
¿De verdad? Me alegro que estemos tan de acuerdo en ese punto. –Miró a Chiquitín y añadió-: Así que este niñito a veces también se porta mal. La verdad es que tienes un aire pícaro; aunque no creo que seas tan descarado como Danielito. Pero olvidémonos de él por ahora y vamos a centrarnos en este Chiquitín. Levántate para que vea otra vez lo alto que eres.
Chiquitín se levantó y se quedó de pie delante del jefe, que lo miraba de arriba abajo. Don Daniel lo hizo dar media vuelta para admirar su culete, bien marcado por la ajustada tela del pantalón. El jefe empezó a palparle las nalgas con decisión pero al mismo tiempo con delicadeza; Chiquitín cruzó las manos detrás de la cabeza en señal de sumisión, como Papi le había enseñado a hacer en esos casos. Papi miraba la escena con una curiosa mezcla de celos y de excitación; era morboso ver a otro papá acariciarle el culo a Chiquitín.
Precioso culito. ¿Puedo preguntarle si el niño está completamente afeitado?
Sí, Don Daniel. No tiene ni un pelo.
Perfecto. Me gustaría verlo desnudo, si no le importa.
Esto ..... por supuesto. Adelante – a Papi no le hacía gracia que otro hombre desnudara a su Chiquitín, pero no podía negar que el interés de su jefe por el chico era halagador, y además muy excitante. También para el muchacho la idea de que el jefe de Papi lo viera desnudo le daba mucha vergueenza, aunque también le producía deseo.
Así me gusta, Chiquitín. No, no, déjame a mi –el jefe le hizo dar otra vez media vuelta, le desabrochó el botón del pantalón, con gran alivio para Chiquitín, y le bajó la cremallera. A continuación tiró del pantaloncito hacia abajo; como ya se había imaginado al tocarlo, el muchacho no llevaba calzoncillos. Su miembro, totalmente afeitado como el de un niño pequeño, pero en cambio de tamaño y grosor apreciables, quedó liberado y a la vista. El jefe lo miró con aprobación y luego giró a Chiquitín para apreciar su culito, apetitosamente redondo y sonrosado.
Muy bien, Chiquitín. Ahora colócate sobre mis rodillas.
El jefe lo hizo inclinarse y tumbarse boca abajo sobre sus rodillas en una postura que Chiquitín conocía muy bien. A continuación, Don Daniel le subió la camisa para poder acariciar el bonito culo desnudo que tenía sobre su regazo. Las manos del jefe palparon con detalle todos los rincones de las nalgas de Chiquitín ante el estupor de éste. Estupor y excitación, puesto que la idea de que ese hombre tan seductor lo dominara y manoseara de tal forma le estaba empezando a producir una gran erección. Cuando el jefe le separó las nalgas para contemplar su ano, la vergueenza que sentía ante la situación solamente conseguía incrementar el crecimiento de su pene.
Perfecto, está completamente afeitado. Es delicioso.
Papi sonrió satisfecho; afeitar a Chiquitín había llevado mucho tiempo y también mucho trabajo, incluyendo varias zurras para que se estuviera quieto. La zona más delicada, la del periné y alrededor del ano, había sido especialmente difícil: convencer a Chiquitín para dejarse afeitar esa parte había requerido la paliza más fuerte y agotadora, proporcionada con una gran raqueta de madera que Papi guardaba para los comportamientos especialmente rebeldes. Era agradable que su jefe apreciara el resultado.
El tono rojo pálido de las nalgas de Chiquitín podría haber sido atribuido al rato que estuvo sentado sobre las rodillas del jefe, pero un experto en castigos corporales como Don Daniel no dudó en identificar las señales medio borradas de una azotaina.
Este culito se ha llevado unos azotes hoy ¿verdad? –dijo mientras seguía acariciándolo.
Efectivamente, Don Daniel. Chiquitín estuvo un poco desobediente esta tarde.
¿Es eso cierto, Chiquitín?
Sssssí, señor. Fui desobediente y Papi me dio una zurra.
Eso no estuvo bien, Chiquitín. Nada bien – le dio unas palmaditas suaves- Separa las piernas, por favor.
Chiquitín dudó. ¿El jefe le iba a dar una segunda azotaina?
¿A qué esperas? – La mano del jefe descargó un azote sobre la nalga izquierda. Chiquitín no pudo evitar un quejido; separó las piernas inmediatamente.
Así me gusta. Veo que eres un niño de los que necesitan mano dura, Chiquitín. Y cuando un niño necesita mano dura, yo se la doy.
El jefe introdujo su mano entre las piernas abiertas del pequeño buscando sus genitales. Al agarrarlos, notó la enorme erección de Chiquitín, que se había disparado ante la posibilidad de recibir unos azotes.
Pero el niño no era el único con una fuerte erección; el espectáculo de las nalgas de Chiquitín ofrecidas sobre las rodillas de su jefe, abiertas y separadas mostrando los genitales de una forma tan sensual, había disparado también el miembro de Papi, que presionaba con fuerza contra los pantalones del traje. Si el jefe empezaba a azotar a Chiquitín, Papi se veía capaz de eyacular.