Visto En Retrospectiva


by Ricardo <Ricavide@yahoo.com.mx>

Visto en retrospectiva, parece que entre los nueve y once años fue cuando recibí la mayor cantidad de palizas; algunas más fuertes que otras pero ¡todas dolían! Lo que sí es un hecho, es que, conforme fui creciendo, mi padre fue siendo más rígido conmigo, más exigente, esperaba más de mí y – en no pocas ocasiones- eso se tradujo en una buena zurra. Durante ese período de tiempo, debió haberme dado no menos de seis palizas, lo que hace un promedio de una cada seis meses, aproximadamente. En la que voy a relatar a continuación tenía yo casi diez años.

"¿Y tu papá sabe que has estado haciendo esto?"

"No, abuela."

"¿Y qué crees que va a decir cuando se entere?"

"Se.... se va a enojar, ¡se va a enojar mucho! ¡Por favor, no dejes que le digan! ¡Tú tampoco le digas nada! ¡Te prometo que ya no lo voy a hacer!"

"¡Ay, hijo! Me pides un imposible. No puedo, simplemente no puedo ocultarle a tu papá lo que has estado haciendo. Tú sabes que eso sólo empeoraría las cosas, no sólo porque se enojaría conmigo también por no decirle algo tan serio, sino que a ti mismo te iría peor. Lo sabes, ¿o no?"

"Sí, abue.... pero....!" Sabía que pedirle a mi abuela que me encubriera sólo me traería más problemas, pero ¡tenía miedo de lo que me esperaba cuando mi papá se enterara de lo que había estado haciendo!

"Mira, hijo. Creo que lo mejor sería que se lo dijeras tú...."

"¡¿YO?!"

"Sí, tú. Creo que es mejor que tú se lo digas."

"¡Pero.... si lo que no quiero es que se entere!"

"A ver, Ricardo, sabes que tu papá se va a poner furioso cuando se entere, ¿o no?" Asentí. "¿Y no crees que se va a enojar más cuando lo sepa por terceras personas? Porque, vamos a suponer que yo no le digo nada. ¿Y el señor que vino a dar la queja? Él dijo que va a regresar mañana a hablar directamente con tu papá. Así es que creo que lo único que puede salvarte un poco es que seas tú quien le diga que has estado yendo a esa casa a disparar el rifle".

"¡No, no abue! No puedo. Es que.... él me dijo que no podía disparar el rifle aquí en la ciudad, me lo prohibió porque es muy peligroso. Si ya de por sí la otra vez se enojó conmigo por disparar en la azotea, si le digo que lo desobedecí ¡me va a matar! No, abuela, no me atrevo.... ¡Por favor! ¡No dejes que el señor que me vio le diga nada!"

Empecé a llorar. ¡Estaba tan asustado! ¡Sabía que mi papá me daría una paliza! ¡Lo sabía! No sólo había tomado el rifle sin su permiso, aprovechando que estaba en un congreso fuera del país, sino que había ido a dispararlo en una casa abandonada, en donde –para mi desgracia- el velador tenía un tanque de gas que podría haber estallado, luego de que un diábolo lo golpeara. Lo único que evitó una catástrofe, fue que el tanque en cuestión tenía poco gas y el diábolo lo golpeó en la parte superior. Por si eso no fuera suficiente mala suerte, el velador se encontraba por ahí cerca, me vio y se dio cuenta de que había sido yo quien -no sólo ese día, sino durante los cuatro anteriores- había estado yendo a disparar a ese lugar, pues había encontrado los casquillos tirados por toda la casa.

Mi abuela me abrazó. "Ya, hijo, ya no llores. No puede ser tan terrible."

"¡Sí, si ES terrible!" Hipando intenté explicarle por qué era tan terrible para mí. "Es lo primero que va a saber cuando llegue de viaje.... y.... ¡se va a enojar muchísimo! Me dijo.... antes de irse que.... que.... quería que me portara bien.... que no quería recibir quejas.... y.... también me dijo que.... confiaba en mí.... porque ya soy más grande. Y.... ¡no, abue! ¡No quiero que sepa!"

"Bueno, pues ahí está. Demuéstrale que de veras ya eres grande, asumiendo que hiciste algo indebido...."

"¡No, no quiero!"

"Ya, ya, hijo. Ya no llores. Ya.... ya...." Me arrullaba. Me acurruqué en los brazos de mi abuela y lloré y lloré por un largo tiempo.

Al otro día en la mañana, me desperté con un nudo en el estómago. Había soñado que le decía a mi papá lo que había hecho y él se enojaba conmigo. Aunque en el sueño lograba cambiar de escena antes de que me pegara, sabía que en la realidad no iba a ser tan fácil salvarme. Me senté en la cama tratando de tomar una decisión. No quería que mi papá supiera lo que había estado haciendo pero, al mismo tiempo, sabía que mi abuela tenía razón: si se enteraba por otra boca me iba a ir mucho peor.

Por la tarde fuimos mi abuela y yo a recoger a mi papá en el aeropuerto. ¡Estaba feliz de verlo de nuevo! Y es que, aunque en situaciones como estas mi abuela siempre se mudaba a mi casa para cuidarme y era un encanto, ¡todo era mucho mejor cuando estaba mi papá en la casa! Por unos momentos incluso me olvidé de que seguramente dentro de poco estaría dándole una explicación a mi padre sobre mi conducta. Nos fuimos al carro, mi papá colocó su maleta en la cajuela y, apenas nos habíamos acomodado los tres en el auto cuando todo empezó.

"Bueno y, ¿cómo estuvieron?" –Preguntó mi papá volteando a ver a mi abuela.

"Bien, hijo. Muy bien."

"Y tú, hijo, ¿cómo estuviste?" –Me preguntó mirándome a través del espejo retrovisor.

"Bien."

"¿Sólo bien? ¡Cuéntame! ¿Qué hiciste?" Guardé silencio. Empezaba a sentir un nudo en el estómago y otro en la garganta. Trataba de ver a mi abuela y decirle con los ojos que por favor no dijera nada, pero era imposible, ella estaba viendo hacia el frente. "¿Qué pasa, Ricardo? ¿Qué tienes? ¿Te sientes mal?"

"No, papá." Mi abuela, por fin, volteó a verme. Mi papá la miró y después volteó a verme por unos momentos.

"¿Pasa algo?" Preguntó confuso, mirando alternativamente a mi abuela y luego a mí, por el espejo.

"No." Dije yo.

"Sí." Dijo mi abuela. ¡Chin! ¡Estaba frito!

"Por fin, ¿sí o no? ¿Qué pasa? ¿Mamá? ¿Ricardo?"

"Pasa –dijo mi abuela- que Ricardo tiene algo qué decirte, ¿verdad Ricardo?"

"Eeerrr.... no.... bueno.... sí...."

"¡Ah! ¿Sí? ¿Y qué tienes qué decirme?"

"Nada.... es que.... bueno.... yo.... este...."

"Mejor se lo dices, hijo." Intervino mi abuela con tono firme. Se hizo un breve silencio y empecé a llorar.

"¿Qué pasó, Ricardo?" Me preguntó mi papá otra vez.

No sé qué cara habré puesto, pero seguramente me delaté porque en esta ocasión ya no se oyó confundido, sino que empezaba a sonar irritado. Decidí que lo mejor era confesarlo todo. ¡No tenía otra opción! Si no lo hacía yo, lo haría mi abuela y, si no, el velador. Así es que tomé aliento y –entre lágrimas e hipidos- lo dije todo.

Mi papá me escuchó sin interrumpirme ni una sola vez, únicamente me miraba ocasionalmente a través del espejo, pero pude darme cuenta de que no le estaba gustando nada lo que estaba oyendo. Cuando terminé de hablar habíamos casi llegado a la casa y, en silencio, mi padre condujo hasta ella, metió el carro al garaje y, volteando de lleno hacia mí, me dijo:

"Bájate y ve a mi estudio. Ahorita voy para allá."

"Sí, papá."

Lentamente bajé del auto, subí a la casa, entré en su estudio y cerré la puerta. Me senté en el sofá a esperarlo. Había dejado de llorar, pero aun sentía el nudo en el estómago. ¡Tenía miedo! ¡Estaba realmente muy asustado! Cinco minutos después oí a mi abuela y a mi padre entrar en la casa. Me pareció que discutían pero no podía distinguir las palabras. Esperé y como quince minutos después entró mi papá. Me levanté pensando en qué le diría para evitarme las nalgadas, pero él entró y se detuvo un momento, mirándome; entonces, se acercó a mí, me tomó de un brazo, se sentó y empezó a desabrocharme el pantalón.

"¡NO! ¡No, papá! Espérate.... por favor.... espérate, ¡no!" Ni por un instante se me ocurrió que todo fuera a suceder tan rápido. Esperaba que, como siempre, me pidiera una explicación y me regañara.

"No, no me voy a esperar nada. Pensé que podía confiar en ti, pero me equivoqué. Vengo muy cansado del viaje y no tengo ganas de cansarme más hablando con un niño que no me escucha. Ya hablé contigo lo suficiente sobre este asunto. Vamos a ver si lo que no te entró por los oídos te entra por las nalgas."

Me bajó el pantalón y la trusa al mismo tiempo. Nunca supe si esa fue su intención o simplemente ocurrió, lo que sí supe de inmediato fue que esa vez me iba a doler como nunca. Empecé a pedirle perdón, a decirle que nunca más lo iba a volver a hacer, intenté subirme los calzones pero demasiado rápido me colocó boca abajo sobre sus piernas de tal forma que mis pies quedaron suspendidos en el aire. Con su mano izquierda me sujetó de la cintura y....

¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! "¡AAAAAuuuuu!" Empezó dándome con toda su fuerza en la parte de en medio de las dos nalgas. ¡Cómo ardían!

¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! Fue alternando los golpes, primero en la nalga izquierda, después en la derecha, concentraba varios azotes en un solo lugar, ¡y eso ardía muchísimo! "¡Aaaaaayyyyy! ¡Aaauucch! ¡Aaaayyy!" Sentía como si las nalgas se me estuvieran quemando.

¡CHAS! ¡CHAS! En donde se juntan muslos y nalgas, en el lado derecho, "¡AAAAAuuuuu!" ¡CHAS! ¡CHAS! Ahora del lado izquierdo "¡Aaaaaayyyyy! ¡Yaaaa! ¡Ya no, papá, ya noooo....! Empecé a patalear tratando de calmar un poco el tremendo ardor. Intenté meter la mano, pero mi padre la sujetó con fuerza contra mi costado derecho y continuó asándome las nalgas....

¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! Me estaba moviendo de un lado al otro, tratando de evitar los golpes que caían cada vez más fuertes y rápidos. "¡Aaaarrgggg! ¡Aaaarrrdeeeee! ¡Ya, por favor, ya! ¡No voy a volver a hacerlo, papá! ¡Por favor, ya noooooo! ¡Aaaayyyyy!" El ardor era intenso.

¡CHAS! ¡CHAS! Muy fuertes y muy rápidas, arriba, ¡CHAS! Abajo, ¡CHAS! ¡CHAS! En medio, todas en las dos nalgas al mismo tiempo, ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! Ahora alternaba nuevamente. NO podía más, ¡me ardían demasiado! "¡Perdóname, papá! ¡Perdóname, por favor! ¡Te juro que no lo vuelvo a hacer! ¡Pero por favor, ya no me pegues! ¡Me duele mucho! ¡Aaayyy!"

Llevaba ya bastantes golpes y me los daba con mucha fuerza. Llegó un momento en el que dejé de patalear y me quedé solamente berreando sobre sus rodillas, escuchando los azotes que seguían cayendo en mis nalgas y sintiendo un tremendo ardor en toda su superficie. ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS! ¡CHAS!

Se detuvo. Yo me quedé ahí, colgando boca abajo de las piernas de mi papá, llorando a gritos, con las lágrimas, mocos y saliva escurriendo de mi cara. Estaba sudando y me ardían muchísimo las nalgas, especialmente aquéllas partes en las que me había pegado más de una vez.

Durante unos minutos mi papá me mantuvo así, hasta que dejé de gritar. Después me levantó y me hizo pararme frente a él. Yo me llevé las manos a las nalgas, ¡estaban hirviendo! Se sentían muy calientes y me ardían horriblemente.

"¿Te quedó bien claro ahora sí que NO puedes usar ese rifle SIN mi permiso, ni SIN estar bajo mi supervisión y NUNCA en la ciudad?"

Asentí con la cabeza.

"¡Contéstame! ¿Te quedó bien claro o necesitas otra dosis?" Me dijo y ¡volvió a colocarme boca abajo sobre sus piernas!

"¡No! ¡No, papá!"

"¿No qué? ¿No te quedó bien claro? ¡Entonces parece que NECESITAS otra sesión! ¿Verdad?"

"¡No! ¡No, papá!" ¡Estaba desesperado! ¡No quería más nalgadas! Sentí cómo levantaba la mano para golpearme. Intenté darme la vuelta sobre sus piernas y meter la mano.

"¡NO! ¡No, papá! ¡No me pegues otra vez ¡SÍ te entendí! ¡Por favor! ¡Ya no, ya no me pegues!" Gritaba como loco queriendo evitarme, a toda costa, otra dosis de nalgadas.

Mi padre bajó la mano sin golpearme. Me levantó y, una vez más me colocó frente a él. "¡Muy bien! Entonces contéstame: ¿Ahora sí te quedó BIEN claro que NO puedes usar ese rifle SIN mi permiso, SIN estar bajo mi supervisión y NUNCA en la ciudad?"

"S-sí, papá. ¡Snif!" Me limpié la cara con las manos y éstas con la playera.

"¡Correcto!" Me miró duramente. "Escúchame ahora, esto no vuelve a suceder. ¡NO quiero que vuelvas a hacer una cosa así! ¡Estoy hablando en serio, Ricardo! ¡Te juro que, si vuelves a hacerlo, te voy a pegar tan fuerte que te voy a arrancar la piel de las nalgas! ¡Te las voy a dejar marcadas por una semana! ¿Te quedó bien claro?"

"Sí, papá. ¡Sniff!"

"Estás castigado por tres semanas. Súbete el pantalón y vete a tu cuarto. No quiero verte en un buen rato."

"Sí, papá. ¡Snif!"

Me subí el calzón y el pantalón y me fui a mi cuarto. Pasé junto a mi abuela y ni siquiera la miré, ¡me sentía terriblemente mal! En mi cuarto me quité el pantalón y la trusa. Miré mis nalgas en el espejo ¡estaban del color de las cerezas! Rojas y brillantes, y las sentía además, muy calientes. En algunas zonas se veían las huellas de los dedos de mi papá, ahí se había levantado la piel y me dolía más que en ningún otro sitio. Me puse un piyama y me acosté en mi cama, boca abajo, mientras oía a mi papá hablar con mi abuela, entrar a su baño y ducharse, luego mientras estaba en su cuarto y salir de él. ¿Adónde iría? ¿Vendría a verme? ¡Lo deseaba más que nada en el mundo! A despecho de la paliza, me sentía muy mal por haberlo recibido con semejante noticia. ¡Lo había extrañado mucho y, ahora que regresaba, estaba enfadado conmigo! Empecé a llorar, ahora de tristeza, ¡no quería que mi papá estuviera enojado! ¡No quería que se sintiera desilusionado por lo que había hecho! Me había dicho que confiaba en mí y.... ¡Yo había hecho una tontería!


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