La Viejita


by Ricardo <Ricavide@yahoo.com.mx>

Llegué de la escuela e inmediatamente me cambié el uniforme por unos pantalones de mezclilla y una playera. Después hice mi tarea lo más rápido que pude, no quería que hubiera un solo motivo para que mi papá no me dejara salir. ¡Estaba muy emocionado pues ese era el día de nuestra venganza! Martín y yo la habíamos planeado cuidadosamente ¡nada podía salir mal! ¡Era un plan perfecto para poner en su sitio, de una vez por todas, a la viejita! ¡Iba a tener exactamente lo que se merecía!"

Al poco rato llegó mi papá. Comimos y, una vez que hube puesto mis platos, vaso y cubiertos en el fregadero, le pedí permiso para salir.

"¿Ya hiciste tu tarea?"

"¡Ya, papá!"

"Bueno, pues parece que tienes algo muy importante que hacer hoy, ¿no?"

"No, pá. Sólo voy a jugar con Martín." ¡Si supieras! Pensé divertido.

"OK. Pero regresa temprano, ¿está bien? Con tiempo suficiente para bañarte" -me dijo, mientras me acariciaba el pelo.

"¡Sí, pá!"

Tomé mi mochila pequeña y bajé corriendo para encontrarme con Martín quien estaba esperándome en la esquina de mi calle. Habíamos empezado con esto desde hacía dos días y queríamos terminarlo hoy mismo. Abrí mi mochila y Martín la suya, de ahí sacamos todo lo que necesitábamos: periódicos y revistas, pegamento, tijeras, un enorme sobre amarillo y.... "Lo mejor de todo!" –me dijo Martín. Sacó una bolsa de plástico que tenía un trozo de papel periódico, lo desenvolvió con mucho cuidado y entonces me enseñó lo que tenía ¡era caca de perro! ¡Perfecto!

Por mi parte, yo saqué la carta que habíamos estado escribiendo: Era una hoja de cuaderno, en la cual cuidadosamente habíamos construido un mensaje con letras que habíamos recortado de periódicos y revistas viejas. Teníamos ya escrito en otra hoja lo que pondríamos en el mensaje y que no era más que un compendio de todas las groserías que conocíamos a esa edad –11 años-. Estaba casi listo, sólo faltaban algunos detalles (como ponerle: pinche vieja idiota y espera pronto la muerte). No podíamos esperar más para enviárselo a la viejita, por lo que rápidamente empezamos a recortar las letras y a formar las palabras. En una hora, más o menos, terminamos nuestra obra y, como toque final, Martín tomó un palito, lo embarró con la caca de perro y con ella aromatizó la carta. La metimos en el sobre amarillo y, para evitar ser descubiertos, le pedimos a una niña, vecina nuestra, que dejara el sobre por debajo de la puerta de la viejita.

Tendré que disgregar un poco para explicar quién era la viejita y qué había hecho para que deseáramos tomar venganza de ella de esa manera. La viejita era una mujer -mayor pero no anciana- que vivía en la misma colonia que Martín y yo. Su casa tenía enormes macetas al frente y ella las cuidaba mucho. Nosotros (todos mis amigos, pero especialmente Martín y yo) acostumbrábamos usar dos de sus macetas como portería para jugar al futból. Obviamente, esto a ella no le gustaba y varias veces nos pidió que dejáramos de jugar ahí; nunca le hicimos caso hasta que, una vez, salió con unas tijeras en la mano, nos quitó la pelota, y simplemente le clavó las tijeras. ¡Eso es para que aprendan a no jugar aquí! –nos dijo. Nos enfurecimos tanto que, en venganza, decidimos pegar un chicle masticado en el timbre de su casa. ¡Cómo nos reímos cuando la viejita salió y descubrió qué era lo que ocasionaba que su timbre no dejara de sonar! Entonces ella, que sabía perfectamente en dónde vivíamos Martín y yo, fue a acusarnos con nuestros respectivos padres. Por tal motivo mi papá me regañó y me pidió que no volviera a jugar frente a la casa de la señora.

Pero ni Martín ni yo nos quedamos contentos. A los pocos días, no sólo volvimos a ir a casa de la viejita a jugar al futból, sino que intencionalmente rompimos una de sus macetas. Nuevamente fue a hablar con nuestros padres y en esta ocasión mi papá, enojado ya, me regañó por faltarle al respeto a una persona mayor, me castigó por dos días y me prohibió que volviera a molestarla de alguna otra manera o si no.... ¡ya vería cómo me iba a ir!" A martín no le hicieron absolutamente nada, ya que su papá no se enteró, sólo su mamá habló con él. Pero cuando supo que mi papá me había castigado dijo que ¡esto era más de lo que podíamos soportar! Que ¡nuestro orgullo había sido herido y teníamos que cobrar venganza! A mí no se me antojaba mucho, la verdad era que no le guardaba rencor a la viejita; de hecho, pensaba que tenía razón en haberse enojado con nosotros. Además, yo había sido advertido por mi papá de no volver a meterme con la señora y eso era algo para ser tomado en serio. Pero Martín me convenció de que tenía un plan per-fec-to para vengarnos y que NADIE se daría cuenta. Me platicó su idea y me gustó, sobretodo porque REALMENTE parecía segura; así es que, aunque yo no estaba muy convencido al principio, poco a poco me fui entusiasmando y agregando nuevas ideas al plan original.

Después de finalizar con nuestra venganza nos quedamos un rato jugando al futból (lejos de la casa de la viejita), y temprano por la noche, me fui a mi casa. Ya me había bañado y estaba viendo mi programa favorito por la televisión, cuando sonó el teléfono. Era Lucía, la secretaria de mi papá.

<"¿Ricardo?">

"¿Sí?"

<"Tu papá quiere que bajes.">

"¿Ahorita? Estoy viendo la tele...."

<"Sí, me dijo que bajaras ahorita mismo. Está enojado, ¿eh? Así es que mejor baja rápido.">

"¿Está enojado? ¿Conmigo? ¿Por qué?"

<"No sé, pero....">

De repente, ya no era Lucía, ¡era mi papá!

<"¡Ricardo!">

"¿Sí, papá?"

<"¡Baja en este instante!">

"¡Pero....!"

<"¿Prefieres que suba por ti?">

"N-no, papá. Ahorita voy." Colgué.

¡De veras que estaba enojado! Mientras bajaba iba pensando en qué habría hecho para que mi papá se pusiera de tan mal humor. Por un momento me pasó por la cabeza que la "venganza" hubiera sido descubierta, pero inmediatamente deseché ese pensamiento ¿Cómo podrían descubrirnos? ¡Habíamos borrado todas las huellas! No era posible que la viejita supiera quién había mandado ese sobre. Pero, en cuanto llegué al final de la escalera, supe que estaba en un error: ahí, en la puerta de la entrada, estaba mi papá ¡hablando con la viejita! No podía escuchar lo que decían, pero mi papá estaba muy cerca de ella, como sosteniéndola o algo así y ¡tenía en su mano la carta que le habíamos enviado sólo unas horas antes mi amigo y yo!

En cuanto oyeron que llegué voltearon a verme. La viejita se limpió los ojos y me miró. Lo que vi me hizo sentirme avergonzado ¡había estado llorando! No pude verla más, así es que dirigí los ojos a mi padre quien me estaba mirando fijamente, con una mirada que me hizo darme cuenta que estaba en graves problemas.

"¿Tú hiciste esto, Ricardo?"

Me mostró la carta. No tenía que verla mucho para saber que, efectivamente, era la misma que habíamos hecho Martín y yo. Además ¡olía a caca de perro!

La cara de la mujer llorando y el tono de voz de mi papá me hicieron entender que, esta vez, había ido demasiado lejos. No podía mentir. No quería empeorar las cosas.

"Sí, papá." Murmuré.

"¡No te escuché!"

"¡Sí, papá!"

Suspiró.

"Vete a mi estudio y espérame ahí. En cuanto termine de hablar con la señora voy para allá."

"¡Pero.... déjame explicarte....!

"¿No me escuchaste? ¡Vete a mi estudio! ¡Ahí es en donde me vas a explicar todo sobre este asunto!"

"Sí, papá."

Me subí corriendo. Estaba austadísimo. ¡Ahora sí la había hecho buena! ¡Mi papá me iba a matar! Me fui al estudio y, una vez ahí me di cuenta que tenía muchísimas gasa de ir al baño ¿Cuánto tiempo tardaría mi papá en subir? ¿Y si subía antes de que saliera del baño? No sabía qué hacer y esa indecisión me hizo perder un tiempo precioso. Finalmente, no aguanté más y fui a orinar. Mientras lo hacía pensaba. ¿Cómo se habría dado cuenta la viejita de que fui yo quien le escribió la carta? ¿Qué me iría a hacer mi papá? ¿Me pegaría? ¡Seguro que sí! ¡Nada más de verle la cara....! ¡Ay, no! ¡Podía oír sus pasos entrando a la casa, después al estudio y, por último salir de él! ¡Había llegado y yo todavía estaba en el baño!

"¡RICARDO!" –Me gritó mientras se acercaba a mi recámara.

"¿Sí, papá?" Me subí el cierre rapidísimo y salí del baño.

"¿Adónde te mandé?" Se acercó a mí y me agarro de una oreja. Pude oler el jabón desinfectante con el que se había lavado las manos después de agarrar la carta con caca. "¿En dónde te dije que esperaras?"

"En...en... tu estudio, papá."

"Y entonces, ¿qué carajos haces aquí?" Me retorció la oreja.

"¡Auch! ¡Es que fui al baño...."

"¡Camina!" Soltó mi oreja y ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! Me dio tres fuertes nalgadas mientras íbamos rumbo a su estudio.

"¡Ay!, ¡Ay! ¡Ay!"

"¿Ay? Vas a ver lo que es AY. ¡No puedo creer lo que hiciste! ¡Verdaderamente no lo puedo creer! ¡Entra!" Me dio un empujón. "¿Sabes qué? Estoy harto de esta historia. ¡HARTO! Es increíble que después de haber hablado de este asunto DOS veces, te hayas atrevido a hacerle a esa señora una.... ¡MAJADERÍA! como esta.

"N-n-o, es que, es que...."

"Es que.... ¡Nada! ¿No habíamos hablado ya de esto, Ricardo? ¿No hace apenas dos semanas que hablamos de este mismo asunto?"

"S-sí, papá.... pero...."

"PERO.... ¿QUÉ?" ¡Cada vez se enojaba más! ¿Qué podría decirle? ¡No sabía qué hacer! Estaba metido en un lío más grande de lo que podía manejar. "¡Te dije bien claro que no quería volver a ver a esa mujer en la casa trayéndome una queja de ti! ¡Te dije bien claro que no quería que volvieras a faltarle al respeto! ¡Te lo dije! ¿O no?"

"¡Sí, papá!"

"Pensé que te había quedado claro, pensé que habías ESCUCHADO, pero parece que no fue así, ¿verdad?"

"No, no, papá. Es que.... es que.... déjame explicarte, por favor...."

"A ver, ¡explícame!"

"E-e-s-s.. que.....!" ¡Mierda! No se me ocurría nada.... "Es que, Martín...."

"¡NO ME HABLES DE MARTÍN! ¡No me importa un carajo qué haya hecho Martín o qué tenga que ver con esto! ¡Háblame de ti! ¡Quiero saber QUÉ clase de mierda tienes TÚ en la cabeza para atreverte a hacer algo así!"

¡Estaba muy asustado! ¡Cada vez se enojaba más! Así es que le conté todo, haciendo énfasis en que YO NO había querido hacerlo, pero que Martín me había convencido. No me gustaba echarle la culpa a mi amigo, pero ¡qué remedio! ¡Estaba intentando salvar mi trasero! Mi papá me escuchó hasta el final sin interrumpirme, pero cuando habló supe que no sólo no me iba a salvar de una buena, sino que mi explicación sólo había logrado meterme en más problemas. De forma muy razonable, me dijo:

"Cuando saliste por la tarde no me pareció que te sintieras obligado, más bien te veías ansioso por irte. Por otro lado, me parece que además de irrespetuoso eres medio tonto, dejándote convencer de hacer algo que TÚ sabías perfectamente bien que no era correcto y que, según tú, no querías hacer. Finalmente, no me gusta tu actitud, estás intentando echarle toda la culpa a tu amigo para salvarte y eso no sólo es cobardía, es deslealtad. ¿Me entiendes lo que estoy diciendo?"

¡Claro que lo entendía! Cuando oí sus últimas palabras ¡me sentí terrible! ¡Quería meter mi cabeza en un hoyo y quedarme ahí! Tenía razón, estaba culpando a mi amigo y, la verdad era que yo había aceptado su idea; es más, no sólo la había aceptado, la había mejorado y ahora.... por querer salvarme estaba siendo desleal con mi mejor amigo. Bajé la cabeza, sintiéndome realmente muy avergonzado. Cuando la levanté otra vez, mi padre me estaba mirando, como tratando de decidir qué hacer conmigo. Por un momento, pareció que el tiempo se detuvo, ¡Que no me pegue, por favor! ¡Que no me pegue! Pensé.

"Voltéate." De repente, el paso del tiempo volvió a la normalidad otra vez, quizás demasiado rápido para mi gusto.

"¡No, papá por favor....!" Me dio una nalgada tan fuerte que grité del dolor.

"¡Voltéate!" Esta vez lo obedecí inmediatamente. "¡Bájate los pantalones y pon las manos sobre la nuca!"

Me desabroché el pantalón lo más rápido que pude -aunque las manos me temblaban un poco- y lo bajé sólo lo suficiente para descubrir mi trasero; después puse las manos en mi nuca, cerré los ojos y esperé. Mi papá me levantó la playera por encima de la cintura y de un tirón me bajó los pantalones hasta las rodillas. Oí que se desabrochaba el cinturón, después el ¡plop! ¡plop! ¡plop! al sacarlo de las presillas. Era la segunda vez que me iba a pegar con su cinturón, y aunque la primera sólo me había dado cuatro cinturonazos, ¡me habían dolido tanto que juré que nunca más me iba a meter en problemas! Pero.... ¡a los once años pueden pasar tantas cosas! Se colocó un poco hacia mi izquierda, tensé las nalgas preparándome para el impacto y entonces empezó.

¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! "¡Mmmfaaaaay!" Cada golpe me dejaba una sensación de quemazón en las nalgas. Empezó golpeándome en la parte de en medio, aunque no muy rápido, más bien dejaba pasar un rato entre golpe y golpe, con lo que yo podía sentir perfectamente cómo –después de cada cinturonazo- la sensación de quemazón se incrementaba hasta llegar a ser casi insoportable para después ir disminuyendo poco a poco.

¡ZAS! ¡ZAS! Cayeron en la parte de abajo, igual de espaciados pero con más fuerza que los anteriores. Mis ojos se llenaron de lágrimas y empecé a llorar, ¡me estaba ardiendo muchísimo!

¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! Un poco más rápido y más fuerte; esta vez alternando entre la parte inferior y la de en medio. "¡Aaaayyyyyyy!" ¡Qué ardor tan terrible! ¡Sentía como si me pusieran brasas ardiendo! Empecé a patalear tratando de atenuar el ardor que me provocaba cada cinturonazo, mientras sollozaba y gritaba a viva voz.

"¡Deja de patalear!" – Me ordenó. Esperó a que lo obedeciera, me sujetó por el hombro izquierdo, tomó impulso y ¡¡ZAS!! Con toda su fuerza dejó caer el último justo en donde se unen las piernas y muslos. "!Aaaaaaauuuuuuuuu!"

Me soltó y dio un paso atrás. Yo me quedé ahí, retorciéndome y aullando del dolor. Poco a poco fui ganando control sobre mí hasta que me quedé llorando muy quedito. Oí que mi papá se ponía su cinturón. Se acercó a mí, me bajó las manos y, tomándome de un brazo, me dirigió hacia un rincón de su estudio. Ahí me colocó de cara a la pared.

"Quiero que te quedes ahí, y pienses en lo que TU hiciste para ganarte esos cinturonazos, ¿me oíste?"

"S-s-í, papá. ¡Snif!"

Por el rabillo del ojo lo vi dirigirse a su escritorio y tomar el teléfono. Llamó a Lucía y le dijo que, en 20 minutos estaría nuevamente abajo. Colgó y se sentó a revisar algunos papeles. Mientras, yo me quedé ahí, con el pantalón en los tobillos, sintiendo mis nalgas hirviendo y cada golpe palpitando bajo mi trusa. Me froté las nalgas para aliviar el ardor. Poco a poco fue disminuyendo, hasta que se convirtió en un leve latido. Me sequé la cara con la manga de mi playera. Después de aproximadamente 15 minutos, mi padre me dijo.

"Voltéate". Lo hice. Mi papá me dirigió una mirada feroz. "Súbete el pantalón". Me lo subí. "Te vas a ir a tu cuarto. No quiero verte ni oír nada de ti hasta la hora de la cena porque, si eso sucede, te voy a pegar tan fuerte que no vas a poder sentarte por una semana, ¿me oíste?"

"Sí, papá"

"Y, si vuelve a venir cualquier persona a traerme una queja sobre tu conducta, ¡entonces te voy a despellejar las nalgas a cinturonazos! ¿Te quedó bien claro?"

"Sí, papá ¡Snif!"

"Como no puedes evitar meterte en problemas cada vez que sales a la calle, tienes prohibido salir por dos semanas. A ver si ese tiempo es suficiente para que aprendas a comportarte. Y, ya que parece que te gusta mucho escribir, vamos a ver qué tan bien lo haces: vas a escribir una carta a la señora Sánchez (ese era el apellido de la viejita) reconociendo tu culpa y pidiéndole que te disculpe por tu conducta. Quiero esa carta BIEN escrita, en una hoja limpia y SIN faltas de ortografía ni borrones. Si para mañana en la noche, a la hora que yo termine de trabajar no está lista, ¡ve preparándote para una verdadera paliza! ¿Me entendiste?"

"Sí, papá. Sí te entendí...."

Me fui a mi cuarto, me quité el pantalón y me bajé los calzones. Mis nalgas estaban tan rojas como un jitomate y, aunque me ardían un poco todavía, no tenían marcas de los cinturonazos, a excepción de la parte inferior, en donde me había dado el último; ahí se había levantado un poco la piel y me ardía muchísimo. Me acosté boca abajo en mi cama y pensé.... en la cara de la viejita.... me sentí muy mal al recordarla.... También me sentía muy mal por haber querido culpar a Martín; definitivamente no había sido su culpa, sino la mía. Decidí que esa era la última vez que hacía algo que no quisiera o que supiera que era indebido, aunque me pareciera MUY buena la idea de alguien más.


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