El despertador sonó sin piedad, como todas las mañanas. Muy amodorrado, Papi se incorporó para apagarlo. Se desperezó mientras se levantaba de la cama que compartía con Chiquitín para abrir la persiana. La luz del nuevo día dañó los ojos de su hijo.
"Vamos, Chiquitín, hay que levantarse"
Papi intentó que su voz sonara fuerte, pero el cansancio de la mañana pudo más que su buena voluntad. Chiquitín, como respuesta, se giró tapándose de la luz y envolviéndose más en las sábanas. Pero Papi conocía muy bien el mejor modo de quitarle el sueño a un jovencito dormilón. Se inclinó sobre la cama y tiró fuerte de la ropa; el cuerpo desnudo de Chiquitín apareció ante su vista. Papi lo giró con la mano izquierda para poner el culete al alcance de su diestra, con la cual descargó una rápida ráfaga de azotes sobre las nalgas desnudas de Chiquitín. El pequeño se incorporó en la cama sobresaltado y con cara compungida. Papi sonrió.
"Es hora de levantarse, jovencito. Me voy a la ducha y cuando venga quiero verte totalmente vestido y preparado para desayunar. ¿Lo tengo que decir dos veces?"
"No, Papi"
Chiquitín despegó de la cama su culete levemente sonrosado por los azotes, y se levantó. Satisfecho, Papi cogió toallas y ropa limpia, y se dirigió hacia el cuarto de baño. Una vez allí, mientras se quitaba el pijama, tenía la sensación de tener algo que hacer ese día, aunque no podía recordar que era.
Papi entró en la habitación ya vestido, aunque con el nudo de la corbata sin hacer. Muchos días al volver a entrar se encontraba a Chiquitín todavía en la cama, por lo que llevaba la zapatilla especial de castigo preparada en su mano derecha por si había que zurrar al pequeño para que acabase de despejarse. Sin embargo, Chiquitín le dio una agradable sorpresa aquella mañana: le esperaba completamente vestido, muy guapo con su jersey, su corbata y sus pantaloncitos cortos que apenas le cubrían la mitad del muslo, y hasta se había perfumado ya con colonia y aguardaba por su papá en actitud sumisa, con las manos en la espalda y una encantadora sonrisa de niño bueno. Papi dejó descansar la zapatilla sobre la cómoda, rodeó a su hijo con un fuerte abrazo y lo besó en los labios.
"Buenos días, Chiquitín. Estás muy guapo"
"Tú también, Papi"
"Hala, a desayunar" Papi dirigió a Chiquitín fuera de la habitación con un par de palmadas cariñosas en el trasero.
Chiquitín no dio problemas ni molestó con preguntas pesadas durante el desayuno, ni hizo perder tiempo a la hora de salir de casa, ni intentó despegar su mano de la de su papá mientras caminaban hasta la casa del profesor particular del muchacho. Aunque se sentía muy agradecido por esa inusual mañana de paz, Papi solía inquietarse ante un comportamiento tan perfecto, porque solía ser señal de que Chiquitín había llevado a cabo alguna travesura, o estaba planeando alguna. Y luego esa sensación de que estaba olvidando algún trabajo pendiente para ese día ..... Intentó quitarse esas ideas de la cabeza; era una hermosa mañana y él y su niño paseaban felices por la calle.
Al doblar una esquina, se encontraron ante una escena de disciplina paterna protagonizada por uno de los compañeros de clase de Chiquitín. El papá del muchacho le tiraba con energía de las orejas mientras le reñía en voz no muy alta, por lo que Papi y Chiquitín no supieron exactamente en qué había consistido el mal comportamiento del joven. El caso es que su papá debió considerar que el muchacho merecía un castigo más contundente, por lo que lo atrajo hacia sí y le hizo inclinarse para calentar con una buena zurra la parte posterior de sus pantalones cortos. Papi sonrió, ya que entre él y Chiquitín solía tener lugar una escena similar la mayor parte de las mañanas en el trayecto hacia el "cole", como los chicos llamaban a la casa de su maestro.
Al pasar al lado del enfadado papá, éste interrumpió durante un momento los azotes para saludar a Chiquitín y su papi, que respondieron con cortesía. El muchacho azotado, probablemente por vergueenza, no intentó averiguar quien estaba presenciando su castigo. Una vez los hubieron adelantado, el sonido de la azotaina, los quejidos del chico travieso, y las regañinas del papá, llegaron a los oídos de Papi y Chiquitín todavía durante un tiempo, hasta que se despidieron a la entrada del cole.
El trabajo aquella mañana también pareció transcurrir fluido y sin problemas, a pesar de lo cual a Papi seguía sin abandonarle esa sensación de estar olvidando un asunto pendiente. La ausencia de problemas le posibilitó salir de la oficina un poco antes, por lo que podría pasar por el cole y recoger a Chiquitín. Así hablaría con su maestro y se enteraría de qué tal se estaba portando el chico en clase, algo que el trabajo le impedía hacer la mayor parte de las mañanas.
Chiquitín asistía a clases particulares donde aprendía nociones de administración y contabilidad, para dentro de poco tiempo poder entrar a trabajar, si el jefe estaba de acuerdo, en la oficina de Papi como ayudante. Pero lo que había motivado la elección de aquel maestro era su compromiso con la disciplina y el castigo tradicional en la educación de los jóvenes. Papi sabía que dejaba a Chiquitín en buenas manos todas las mañanas, en un lugar donde se le trataría con todo el rigor que necesitaba.
El propio Chiquitín le abrió la puerta de la casa del maestro. Muy complacido, Papi le acarició el pelo mientras se dirigían a la sala donde tenían lugar las clases. Desde allí llegaba el sonido de una azotaina; y efectivamente, la escena que esperaba a Papi en el aula era la de un joven desnudo de cintura para abajo inclinado sobre la mesa del profesor, recibiendo muchos azotes con una larga regla de madera.
El maestro golpeaba con pulso firme las nalgas ya bien coloradas del muchacho, cuya ropa interior descansaba sobre la mesa, acompañada de otros pantaloncitos y calzoncillos. A un lado, cara a la pared, se encontraban los dueños del resto de la ropa, otros dos jóvenes vestidos sólo con un chaleco y una camisa anudada de forma que sus nalgas quedaban perfectamente visibles. Ambos culitos, que los chicos acariciaban de vez en cuando con expresión dolorida, mostraban un tono rojo intenso; habían sido azotados recientemente, y las marcas de las nalgas parecían tener su origen en la misma regla que ahora estaba castigando un nuevo trasero.
Papi se sentó en uno de los pupitres y ordenó a Chiquitín que hiciera lo mismo. Mientras esperaba para hablar con el maestro, presenció con gran deleite el castigo del alumno travieso, en cuyos quejidos Papi reconoció al hijo corregido por su papá camino del cole aquella mañana. La azotaina era en esta ocasión bastante más severa, así que el chico intentaba, con poco éxito, cambiar la posición de las nalgas para evitar el impacto de la regla y reducir el dolor de los azotes. El maestro le llamó la atención recordándole que debía mantener las piernas bien separadas. El alumno así lo hizo, poniendo sus genitales y su ojete perfectamente a la vista de los adultos presentes en la sala. Papi envidió mucho al maestro; trabajar en la dominación y la disciplina de un grupo de jovencitos sería un sueño para él y para muchos otros papás.
El cuarto y último pupilo presente en la sala presenciaba los azotes de su compañero de pie y con expresión muy diferente a la de Chiquitín. Papi se imaginaba por qué, y el maestro confirmó su suposición.
"Mientras acabo con tu amigo, tú vete quitándote ya los pantalones y los calzoncillos, jovencito. También te vas a ir a casa con el culete muy caliente"
Tras esta breve interrupción, el profesor reanudó su ataque sobre las posaderas de su desdichado alumno, mientras el siguiente se quitaba los zapatos, para proseguir luego con los pantalones. Vestido solo de cintura para abajo con la ropa interior, el joven miró en la dirección de Papi; la mirada atenta de un hombre mayor desconocido que observaba como se desnudaba le provocó un momento de duda antes de bajarse, visiblemente avergonzado, los calzoncillos. No obstante, no intentó tapar los genitales ni el culete de la vista de los presentes en la sala. Esperó su turno con la cabeza baja.
Por fin el maestro dejó la regla a un lado y cogió al muchacho castigado de la oreja, levantándolo de la mesa y llevándolo junto a los otros dos.
"Ahí de cara a la pared"
Mientras el dolorido chaval acariciaba sus nalgas ardientes intentando apaciguar el escozor, el maestro fue a saludar a Papi. Su expresión dura se convirtió en un instante en la sonrisa más encantadora.
"Buenas tardes. Que agradable verle por aquí"
"Buenas tardes, señor maestro. Veo que los chicos han sido traviesos hoy"
"No han estudiado la lección que tenían que traer aprendida. He tenido que azotarles a todos, menos a Chiquitín, que hoy, sin que sirva de precedente, ha sido un alumno ejemplar"
Acostumbrado a encontrarse en sus visitas a la clase a Chiquitín sobre las rodillas del maestro, o bien inclinado sobre la mesa como el muchacho al que acababan de azotar, Papi se llenó de orgullo y de sorpresa al oír que su hijo había sido el primero de la clase.
"A decir verdad, Chiquitín ha sido desobediente durante toda la semana; le he tenido que zurrar de lo lindo para que trabajase todos los días. Salvo hoy que se ha portado estupendamente y ha estudiado". A continuación se dirigió a Chiquitín y lo tomó de la oreja, retorciéndosela. "Eso me demuestra, jovencito, que hago bien en castigarte porque tú cuando quieres, puedes"
"UUUyy"
"¿Es verdad o no es verdad que hago bien en bajarte los pantalones y darte unos buenos azotes en el culo cuando no estudias?"
"Aaaay, es verdad, señor maestro. Aaaay"
"¿Te mereces o no todas las azotainas que te has llevado esta semana?"
"Sííííí, uuuy"
Satisfecho con la respuesta, el maestro liberó la oreja de Chiquitín, para gran alivio de éste. Papi se sintió muy satisfecho de haber encontrado un profesor que prestaba a su hijo la atención que el joven necesitaba, castigándolo como él sabía muy bien que Chiquitín se merecía.
"Pues ya sabes, a estudiar todos los días como hoy. Espero que mañana te sepas bien la lección que te dije. Te la preguntaré nada más llegar a clase, y como no respondas bien a todas las preguntas, te calentaré el pompis como hoy a tus compañeros. Y hablando de tus compañeros ..... hay un caballerete aquí que va a volver a casa con el culito como un tomate"
Tras dar la mano a Papi, el maestro volvió a adoptar su expresión dura; se dirigió al muchacho que le faltaba por castigar y, sentándose en su silla, le ordenó que se colocara sobre su regazo.
Cuando las nalgas desnudas del joven estuvieron a su alcance, el maestro empezó a descargar manotazos sobre ellas con un gran brío. Papi disfrutó de la escena durante unos momentos, pero pronto se dio cuenta de que se hacía tarde y había que preparar el almuerzo. Cogió a Chiquitín de la mano y dejaron atrás los azotes escolares y los lamentos de los muchachos castigados. Su felicidad de aquella mañana tan perfecta fue de nuevo interrumpida por la punzada de algo que quedaba sin hacer y que volvía a martillear su cabeza, sin motivo aparente.